Capítulo 1: Nacida de la noche

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Era muy agotador tener que ir a terapia cada ocho días. La señorita Raquel era muy amable y comprensiva, aunque supongo que debido a su trabajo así es como deben percibirse los terapeutas. Tenía ideas interesantes que me hacían sentir menos angustiado. Solía decirme, por ejemplo, que podía dominar los monstruos que vivían en mi cabeza. Que, aunque no pudiera deshacerme de ellos del todo -por el momento- podía imaginarlos con menos poder del que tenían y vencerlos o hacerlos mis mascotas. Era una buena técnica, pero no siempre funcionaba. A veces las ideas y pensamientos oscuros podían mucho mas que mi fuerza de voluntad, me ahogaban y me llevaban a los rincones y limites más tenebrosos, ahí donde la locura se muere de ganas por salir a jugar.

Aquella tarde lluviosa de octubre los demonios saltaban en mi cabeza inquietos, hambrientos. Había un camino mas corto para adormecerlos, pero Raquel me insistía en que debía evitar los medicamentos. Debía enfrentarlos por mí mismo, aunque fuese una verdadera tortura.

El aguacero me arropó apenas salí del edificio. Cuando llegué a la parada de autobuses ya estaba completamente empapado y me senté para exprimir el agua que había entrado en mis zapatos. Observé a mi alrededor. En todas las direcciones solo había agua y oscuridad. La noche, que apenas comenzaba, estaba poniéndose fría y se me erizó la piel. Por unos segundos sentí un miedo irracional hacia lo que podría esconderse ahí afuera, en las tinieblas.

—Tranquilízate —susurré. Revisé mis bolsillos, pero mis pastillas no estaban ¡Claro que no!, porque ahora dependía de mi fuerza de voluntad. De ejercicios de respiración. De enfoques laterales—Respira —me dije—, respirar es fácil. A menos que estés muerto.

De pronto tuve que cubrirme la boca con las manos para ahogar mis carcajadas. Cualquiera que me viese en aquel momento habría pensado que estaba loco, pero estaba solo, ni siquiera hacía falta disimular. Así que empecé a reírme hasta que tosí y aun tosiendo me quité un zapato.

—Buenas noches —La frase casi me hizo caer del asiento. No voltee en seguida, me quede inmóvil. Interpreté el repentino saludo como un "dame tu cartera idiota y no me mires a la cara". Solo un ladrón aparecería tan repentinamente ¿Pero qué ladrón saludaría? —. He dicho: buenas noches.

Perfecto. Un ladrón definitivamente no repetiría el saludo, me golpearía en la nuca con su arma, me robaría y huiría con una sonrisa en los labios.

—Respira —me repetí una vez más y me atreví a salir de la parálisis en la que me encontraba.

Volteé hacia la voz y mis ojos describieron una de mis fantasías mas comunes en aquellas solitarias, intensas y repetitivas veladas de masturbación que solía tener en aquellos días.

Ella era pelirroja. Estaba empapada de la cabeza a los pies. Vestía un pantalón de camuflaje verde que se ajustaba perfectamente a sus curvas. Llevaba puestas botas como las que usan los militares y una pequeña camiseta blanca en la que, por la humedad, se le transparentaban los pezones. Sus pechos eran firmes y tan simétricos que la garganta se me secó al instante. ¿De dónde demonios había salido ella? Me pregunté. Parecía haber sido creada en un segundo por la espesa oscuridad que nos rodeaba en aquella parada.

Su cabello chorreaba. Me sonreía con sus pálidos y finos labios y con la mirada me exigía una respuesta. Cuando salí de mi asombro tartamudeé un "hola" mientras intentaba ocultar mi pie descalzo y mi creciente erección.

La chica se sentó a mi lado y mientras ella miraba al frente yo la miraba a ella. Estaba maravillado por su presencia, por las gotas de agua que se deslizaban en su piel. Por el ritmo de su respiración en el sube y baja de sus senos. Mis escalofríos eran cada vez más intensos y comenzaba a sentir el ruido de un millar de grillos que parecían haber elegido mis oídos como guarida.

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⏰ Last updated: Jul 01, 2019 ⏰

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