Keif.

10 1 0
                                    


Ayer estaba sentado a los pies del océano. ¿Por qué? Me preguntaba.

No sé si deba estar aquí. Pero aún así me llamas, debo de ir hacia ti.

Todos los días me plantaba en en muelle observando las olas romper entre ellas, aspirando el aroma salino que desprendían y el sol que se estrellaba contra la inmensidad opaca de las aguas. A veces turbulentas, a veces calmas, era difícil notar las diferencias si no estabas en el agua.

¿Cómo existían personas que se atrevían a intentar definir lo que el océano era? No lo entendía. El océano era todo menos lo que el hombre dijese. Era misterioso, profundo, asfixiante, tan mortífero que estaba lleno de vida. Era horroroso toda la belleza que contenía. Me llamas, debo ir hacia ti.

Me atraía lo grotesco de sus aguas, lo desastrosas que podían llegar a ser, lo rápido que podían hundirte si así lo deseaba él. O ella. Quién sabe. Atrevidos nosotros que intentamos darles cualidades humanas a algo tan excepcional como el océano, que está más allá de nuestra compresión; nos molesta no poder entenderlo, su complejidad, y tenemos el descaro de intentar describirlo como a nosotros. Qué egocéntrico.

El océano tiene su propio lenguaje, y día a día nos muestra lo superior que es a nosotros, pero lo benévolo que es al mismo tiempo. Que se da el tiempo de estar en calma para que podamos existir junto a él. Pero a mí nunca me interesó sus aguas calmas.

Quiero tus tifones, tus torbellinos, tsunamis, toda la destrucción que tengas dentro. Todo lo ruin que puedas ser y que eres.

Día tras día te observaba arrancar vidas desde tus profundidades, usurpando los cuerpos y lentamente asfixiarlos contigo. Me maravillabas tanto...

Me levanté, sacudí la arena de mis pantalones, y caminé.

—¿Keif? Jo, ¿vas a nadar con esa ropa puesta? ¿Es que te has vuelto loco?

Por él, sí. Quería que me absorbiese como la popa de un barco.

—Oye, que tenemos trabajo ahora a las seis. No te demores.

Para qué trabajo, para qué ropas, para qué vida. Tenía al océano justo frente a mí ofreciéndome su desgracia, su salinidad, su ahogo en el que me podía zambullir. Todo este tiempo preguntándome para qué estaba, el por qué algo me decía que debía ir a la costa, y, desde el comienzo, la respuesta estaba justo bajo mis narices...

—¡¿Pero qué haces, hombre?! ¡Ya venga, déjate de niñadas y ven de una vez!

—¡KEIF!

—¡Que te lo estoy advirtiendo, ¿me oíste?!

No digan más nada, ahoguen sus voces, yo sólo cumplo mi destino. No intenten alcanzarme. El agua abraza mis piernas, mis caderas, refresca mi alma, la densidad palpable entre mis manos y mis pies hunden la arena con cada paso. Comienzo a sentir al océano abrazarme, y contraria a la temperatura del agua, es el contacto más cálido que he recibido. Me arropa en sí mismo, invitándome más hondo.

—¿Es que eres tonto? ¡No te quiero ver mañana buscando tu paga!

Es cuestión de minutos para que mi cabeza esté bajo el agua también. No abro mis ojos, me dejo llevar por la sensación de ligereza y lo embriagante que es. Ya no siento el peso de mí mismo sobre mis pies, no siento el peso de mi conciencia o existencia. Soy sólo yo, mi verdadero yo en conjunto con el océano. Escucho violines, débiles, y entonando una misma nota que fluctúa y me acuna. Las voces se oyen borrosas, como un sueño lejano, sólo percibo las aguas chocando entre sí, las corrientes de las que ya soy parte. Nado un poco más allá, siempre dejándome llevar por él.

Ya no siento los dedos de los pies, apenas unos cosquilleos. Los brazos hace rato bailan junto con las olas. Pequeños choques eléctricos recorren mi pelvis que se agolpan en el estómago, el pecho también comienza a sentirse pesado. Siento que caigo en sus brazos de nuevo, me dejo. Es todo lo que he soñado, quiero ir más allá.

Es cuestión de pocos minutos para que mi cabeza se sienta aún más ligera, las extremidades dejaron de responder, mi garganta cosquillea y mi nariz me pica. Fui curioso todo el tiempo, siento que me acerco cada vez más a aquel lugar y, ¿por qué no? Quiero observarlo. Quiero saber cómo es, por ello llegué hasta aquí, por ello desde hace 16 años me llama y me atrae hacia este momento. Abro los ojos, mis párpados apenas respondiendo mis acciones, pero es maravilloso lo que observo. Un calor inunda mi pecho y, aunque estoy bajo agua, lloro. Lágrimas de felicidad, una sonrisa se cose en mi rostro, todo valió la pena.

Un azul oscuro, prácticamente negro, se extiende ante mí. Manchas azules, amarillas, rojizas y verdes se encuentran en algunos puntos que alcanzo a ver; algunos más brillantes que otros. ¿Cómo se atreven a temerte, si eres tan hermoso? ¿Por qué nadie se da el tiempo de entenderte?

Comienzo a reír. Siento una corriente nerviosa baja y subir por todo mi cuerpo, es la primera vez que me siento capaz de sonreír sinceramente. Siento la euforia, siento las mariposas en el estómago, entiendo de qué hablan cuando dicen "el verdadero amor". Agua comienza a llenarme por mi boca y nariz, me dejo hacer. Mi vida es lo mínimo que le puedo ofrecer luego de enseñarme lo que es el amor, la felicidad, la paz.

De todos modos, desde que soy consciente, nunca fui mío. Yo siempre fui del océano, y nunca me podré oponer a su fuerza asfixiante que me ahorca y me asesina lentamente, así como me enamoró con su destrucción. 

Do SgriosWhere stories live. Discover now