Jorge Fuentealba

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Se trataba de una tarde lluviosa, estaban todos reunidos en una sala con poca calefacción (la calefacción era una estufa de esas antiguas), se trataba de un taller literario liderado por un profesor no muy reconocido en el ámbito de la literatura. Todos reunidos alrededor de una mesa, estaba por ahí el ordenado Jorge Fuentealba, un joven aficionado escritor de relatos, tomando nota de cada palabra que se discutía en el taller, y cada detalle en cada palabra que aparecía. Su cuerpo era alto, su nariz aguileña y su cara ovalada. Los demás por otro lado no eran muy inteligentes y Jorge lo sabía muy bien porque sólo aplaudían ante textos faranduleros, no lo que expresara una emoción o un pensamiento real. Todos menos uno. Era nuevo en el taller, había pagado la suscripción hace poco. Ocupaba anteojos, tenía el pelo corto, su cara era muy delgada, sus ojos parecían alterados (así que se veía como si le vinieran bien los anteojos) y su nariz chata. Era de mediana estatura y delgadísimo de cuerpo, su ropa sobria le ayudaba mucho a dar una sensación de respeto frente a otros.

Uno anotaba y el otro conversaba... era una discusión bastante tranquila al principio, el profesor estaba atento a orientar todo lo que sucedía, pues la gente pensaba que sabía mucho, y era cierto en tal sentido, son cosas que uno se da cuenta mientras va observando cómo sube y se pone más y más compleja la conversación que, como una espuma incrementa su tamaño en todo sentido. El taller, como era de esperar, se hacía en la casa del mentor en un lugar lleno de estantes, el profesor era dueño de casa en todo sentido, pero cuando intervino el tipo de los anteojos dejó que prosiguiera, para no ser tan egoísta en la dirección que tenía que seguir la clase:

-Yo creo que es difícil no imaginarse todo esto de la literatura como una verdadera caja de sorpresas- dijo inocentemente- una caja de Pandora. Uno explora y explora hasta que encuentra, lo que suele pasar en estos ámbitos. Sin darle más vuelta al rollo, y sin pudor me atrevo a decir que uno es una especie de descubridor, pero de lo espiritual, del ánima.

-¡Ja, ja, ja!- rió uno más gordito y anciano, con arrugas en la piel- eso sí que está divertido, un descubridor... la literatura, comprenderás- dijo con solemnidad- es una herramienta para contar, nada más. Está articulada y comprende la lírica (estilo poético) y la narrativa...

-Y el ensayo, comprenderás- dijo el tipo de anteojos completamente derecho en su asiento.

Entonces, intervino uno que estaba ojeando los discos de vinilo del profesor:

-Más que observar en qué se divide la literatura... deberíamos centrarnos en el escenario necesario para cultivarla; por supuesto no le daré vueltas a que se necesita un ambiente lleno de libros, silencio y mucho alcohol – dijo mientras todos lo miraron con gesto laxo riéndose, y a diferencia del resto el de anteojos permanecía muy derecho- sino lo propicio "para él": conversación, intelectualidad, opinión, respeto. Al alumno se le debe cultivar como una zanahoria o una papa; luego dejar madurar y extraer todo su potencial, es por ello que me hace pensar que la literatura "se cultiva" y "se extrae" y sólo de "la buena" podemos obtener algo, ahora bien ¿qué es la buena literatura? Según Mallea "la mala literatura enseña a vivir; la buena, a abrir una grieta en el sueño", es decir, la buena literatura es radical, es estilo puro, tiene retórica... ¡pero ojo! La mala es la que realmente vale, la que ofrece lo serio, lo que quiere escuchar el hombre, perdido en la jungla de lo escrito... y piensen, no es posible recomponer la aguja de lo escrito sino es errando con la mala literatura, adquiriendo el estilo con ella, el estilo necesario para cultivarla, para articularla, y para saber qué es y cómo se hace la literatura.

-Lo ya hecho, las raíces- comentó el gordito y anciano.

Así siguió la conversación, entre dichos de estilo literario que se comprendían en una sabiduría del "hacer" y el "cómo" muy pulida, bastante aburrida y silenciosa al final, hasta que el profesor, lúcido, impuso el parar las opiniones del anciano, porque le parecían muy básicas. Esto fue en vaivenes, pues el gordito se imponía sí o sí, y el profesor tuvo que hacerlo callar de manera ligeramente más violenta. Después de aquello, el de anteojos empezó a comparar la literatura con un modelo de dibujante que, más bien comprendía todas las articulaciones posibles en él (mucha maleabilidad) hasta llegar al punto álgido de su acotación; la literatura "de estilo" evocaba los sentimientos y placeres, cosa en que todo el mundo estuvo de acuerdo. Jorge con ello, atónito, animado, miró a los presentes con sorpresa, pues nunca hubiese creído que la conversación llegara a tales confines.

Jorge FuentealbaWhere stories live. Discover now