Calificación 92

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La profesora de la clase Z se aproximaba, afirmando su autoridad con aquella mirada que parecía vaciarte el alma. Hermosa, por supuesto, con una enorme melena naranja suelta que se movía al compás de su caminar.

Al llegar al aula, sus alumnos se levantaron, en señal de respeto.

—Muy bien. Seré su nueva profesora este semestre y... —No pudo más, estalló en carcajadas cuando vio a cierto adulto que resaltaba de los asientos del fondo.

Cabello largo castaño y unos orbes carmesíes que no parecían expresar algo, hasta ese momento, cuando vio a cierta mujer llorar de la risa.

—Buajajaja. —Su risa resonaba en las paredes del salón—, hace años que no te veía con ese uniforme —continuó burlándose Kagura y eso que era ella quien debía poner orden.

Okita Sougo, ahora de veintiséis años de edad estaba de regreso en la escuela. ¿La razón? Había dejado una materia reprobada, y por esa misma razón tenía que revalidarla para que su licencia de policía pudiera continuar vigente, y así, seguir con su camino de ladrón de impuestos. Pero para su mala suerte, aquella pelirroja sería su profesora, quien acababa de terminar su primer año como institutriz.

—Maldita sea, ¿Te vas a callar tarada? —Refunfuñó, a punto de perder los estribos

—No puedo— expresó sin aire. Aunque recuperó pronto la compostura, y dio un largo suspiro—. ¿Cómo decías que te llamabas alumno? Te bajaré un punto por faltarle el respeto a tu profesora —dijo, de una forma tan prepotente, que Sougo estaba reconsiderando si valía la pena seguir siendo policía—. Que lastima, así menos podrás aprobar.

¿Cuantos años de cárcel le podían dar por ahorcar a su profesora? Lo estaba considerando seriamente.

Había sido un día agotador en la escuela y eso que solamente iba a una hora clase. Ahora se encontraba frente a frente con su superior.

—Kondo san, haga algo para que no tenga que seguir con esa tortura... —Comentó Sougo a aquel hombre, mientras permanecía sentado enfrente de su escritorio en la estación de policía.

—Sougo, si estuviera en mis manos podría ayudarte. Pero como ves, me es difícil hacerlo. Son ordenes de arriba —respondió apenado.

—Oye Sougo, ¿no tienes tarea? —se burló cierto vicecomandante de flequillo en "v"—. También toma leche para que puedas dormir temprano.

Okita sacó el gas pimienta que tenía en uno de sus bolsillos, rociando todo en la cara de Hijikata. Este gritó, rodando en suelo. Kondo se alarmó, pidiendo la compostura de sus dos subordinados.

—Oye Hijikata san, ¿No quieres ir al doctor? Creo que tienes los ojos rojos —exclamó Sougo en tono burlón complacido de su travesura.

Aquel hombre maldijo, y fue enseguida a lavarse la cara.

—¿De verdad no puede hacer nada? —manifestó ese castaño—. Es la tontería más grande que he escuchado.

Kondo bajó la mirada, y con desgano respondió:

—Nada, y lo sé, yo tampoco pensé que eso te fuera a afectar. Pensé que habías concluido sin ningún problema tus estudios. —Luego de unos segundos, el rostro de ese hombre/gorila cambio a la de una picara—. Pero, ¿No te parece emocionante cumplir un fetiche con tu esposa?

Sougo alzó las cejas, y negó con la cabeza, sonriendo con fastidio.

—No me gusta que se le suba la mierda a la cabeza, me dan ganas de amarrarla cuando siento que me trata con la punta de su zapato —reclamó—, es más, tomó demasiado bien que, por la falta de mi licencia, todas mis cosas hayan quedado a su cargo. No me deja entrar a la casa alegando algo sobre la ética de un profesor.

No te acuestes con tu profesora para subir de calificaciónWhere stories live. Discover now