En aire y hueso

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Tanto domingo nos dejó
En aire y hueso.
Fueron llegando cada vez
Un poco más lejos.
Fue divertido contemplar
El crecimiento imparable
De lo que era solo un juego.

Izal

Siempre lo había mirado desde la distancia. Mientras estudiaba, intentando vencer el aburrimiento en casa de Airam, o cuando jugaban una partida a la Play. Cuando hablaban, perezosos, tirados sobre el sofá, sobre lo que les gustaría hacer de mayores, sobre la vida y sobre la nada, y él aparecía por allí sin ninguna otra razón que saludar brevemente. A veces se sentaba un rato con ellos, otras simplemente cruzaba por delante de camino a otra habitación o al jardín. Y a Raoul se le aceleraba un poco el pulso y no podía evitar seguirle con la mirada. Observaba, disimuladamente, admirando.

Tenía los ojos de su mejor amigo y una sonrisa endiabladamente bonita. El pelo oscuro, rebelde y siempre despeinado. Y aquella actitud de gato, elegante e independiente, solo a ratos mimoso. Mimoso con el hermano -su mejor amigo-, porque a él lo más que le lanzaba era alguna sonrisa torcida, de reconocimiento, que solo conseguía ponerlo un poquito más nervioso de lo que ya se ponía con su sola presencia.

Era algunos años más mayor y abiertamente gay. Quizás por eso, siempre lo había visto como un referente inalcanzable. A Airam nunca le había dicho nada, le parecía un poco fuera de lugar. Había pasado tantas horas en aquella casa y se sentía tan parte de aquella familia, que admitir la atracción que sentía hacia el hermano mayor le parecía quebrantar alguna regla, cambiar el orden de las cosas, una irrupción en aquel sencillo mundo formado de años compartiendo clases, juegos y amistad.

No era ningún secreto que le gustaran los chicos. Al menos, no para aquella familia. Se lo había preguntado abiertamente Airam un día, con quince años, probablemente porque había visto alguna actitud en él que le recordaba a las de su hermano cuando aún estaba en el armario. Y Raoul lo había admitido con naturalidad, aunque aún estaba aclarándose a sí mismo que era todo aquello que sentía y que no encajaba del todo con lo que parecían estar viviendo el resto de compañeros de clase.

Y sabía que Airam había hablado con su hermano Agoney, porque aún recuerda cómo, de pronto, durante un tiempo, este empezó a pasar más ratos con ellos, y siempre que podía le regalaba algún consejo, alguna referencia sutil que dejaba caer en conversaciones, sin ser excesivamente obvio, en un intento de orientarle o demostrarle que, si tenía alguna duda, podía hablar con él. Y perdido como estaba Raoul por aquel entonces, lo había agradecido profundamente.

Supone que fueron aquellos momentos de conexión los que hicieron que poco a poco, con el tiempo, Agoney se fuera convirtiendo en una especie de amor platónico para él. Coincidió un poco en el tiempo con notar cómo se iba alejando, cada vez más, de ellos. Empezó a salir con chicos, a hacerse adulto, y seguramente, sus intereses también divergieron. Se convirtió en alguien inalcanzable, con el que se alegraba la vista y fantaseaba por las noches, absolutamente convencido de que nunca llegaría más allá. Y en realidad, tampoco le importaba.

Al menos, eso es lo que siempre había creído hasta aquel día que, merendando sentado en la mesa del comedor frente a Airam, disfrutando de un trozo de pizza, Agoney volvió a pasar por delante, sin pararse más que para murmurar un "buen provecho" y después desaparecer por la puerta del jardín.

Raoul estaba tan entretenido en su pedazo de pizza que ni siquiera levantó la cabeza, así que el comentario de su mejor amigo le pilló totalmente por sorpresa.

-¡Dios, no me lo creo! -había exclamado de pronto, saboreando el descubrimiento-. ¡Vaya repaso te acaba de pegar mi hermano!

El corazón de Raoul se saltó un latido, y su cara enrojeció violentamente. Aquello era imposible, Agoney nunca le había prestado la más mínima atención.

En Aire y Hueso | OS Ragoneyحيث تعيش القصص. اكتشف الآن