Capítulo I Bebé perdido

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Annah era una de las mujeres más importantes del país de Naeland, tenía la mayor riqueza y estaba casada con el Rey. Se habían comprometido hacía 3 años, después de la misteriosa muerte de su antigua mujer, Lora, la cual cayó enferma por una gripe durante el invierno. No se volvió a saber de ella, hasta ese día que uno de los sirvientes salió gritando al patio, a todo pulmón, que la reina había fallecido. La ciudad entera se estremeció al oír de su muerte, era muy querida por los aldeanos, muy generosa y no dudaba de ayudar cuando era requerido. Capaz ayudó más de la cuenta, muchas veces su esposo se quejaba con ella, respecto al tema de dedicar tanto tiempo a los demás y poco a su matrimonio.

Algunas veces, ese tema levantaba las sospechas de que la muerte fue intencional. Annah, llegó al pueblo pocos días después de la muerte de Lora, y ni tan pronto pasó un mes, ya estaban haciendo los preparativos de la boda con el rey. Fue una fiesta impresionante, sólo invitaron a gente de alta clase y mucha categoría, hasta de otros reinos vecinos.

Durante tres años, las cosas empezaron a cambiar. Ya el pueblo no era lo mismo que antes, la pobreza crecía de forma preocupante, el analfabetismo se extendía, así como las pestes. La ciudad decaía, pero el rey no tomaba noción de esto, sólo le interesaba mantener un pequeño porcentaje de la población. Annah, a diferencia muy notoria de Lora, era tacaña y egoísta con la gente, maltrataba a los sirvientes y se corría el rumor de que había esclavos trabajando en los interiores del palacio, algo ilegal según las leyes de Naeland.

Sin embargo, el tiempo pasó. Annah no había logrado darle un hijo al rey, pasando dos años desde su matrimonio. Eso parecía, hasta que en unos meses, para octubre, se confirmó al pueblo que nacería un futuro príncipe o princesa. La noticia se esparció tan rápido como Annah perdió su embarazo, al parecer por una mala alimentación, haciendo que el rey mandara a ejecutar a todos los cocineros del palacio. A mediados del nuevo año, entre los meses de mayo y junio, se supo de un nuevo embarazo.

Mucha gente apostaba que no duraría, así como el anterior, ya hasta se corrían los rumores de que Annah era estéril; pero el rey no desistía y esperaba con ansias a su futuro hijo. Pero, había algo que él y Annah no sabían; el hijo no pertenecía al rey.

Una noche de abril, con una llovizna cayendo finamente sobre las cercanías del palacio, una figura se hacía paso entre el camino desierto. Se trataba de un hombre, no mayor de 40 años, que buscaba un refugio durante una noche. Decía estar de paso por el pueblo. Pero, su objetivo era claro; el palacio real.

Fue recibido por Annah, la cual se quedó maravillada ante el extraño que había burlado toda la seguridad que ella misma puso y controló. Aun así, no recordaba mucho más; ni la cara del hombre, ni qué le dijo cuando la vio ni qué pasó esa noche... sólo sabe, que despertó en su cama completamente vestida, se sentía muy extraña y descubrió, a los pies de la cama, una nota escrita en un papel amarillento y gastado. Estaba escrita en algún idioma que desconocía.

La mujer nunca mencionó esto con el rey; y en secreto, mandó a su sirviente de más confianza a buscar una forma de traducir la nota.

Ya el tiempo había pasado, y se cumplían los nueve meses de embarazo, cuando ese día, sentada en los jardines al rayo del sol, bebiendo té y comiendo unos pastelillos, el sirviente llegó con la cara blanca y un aire de preocupación a su alrededor.

− Señorita Annah... acabo, de descifras las últimas notas... yo – tartamudeaba Grant, el sirviente – creo que, debería, pero capaz no es bueno... para...

− ¡Por favor! – respondió cortantemente la mujer, con desprecio hacia la actitud de su sirviente – No soy tonta, me doy una idea mínima de lo que ese vago pudo hacerme. Nunca habrá forma de probar que mi hijo no es de...

Nephel Ank: RenacimientoWhere stories live. Discover now