La Curva

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"Ojalá Dios sea piadoso de mi alma por haber hurgado tan cerca del infierno."


Decirles cuándo comenzó todo sería una vil mentira dado que ni siquiera puedo asegurar que alguien tenga la certeza del momento exacto, aunque sí puedo confesarles el día, o más bien la noche, en que tuve en desafortunado encuentro con aquello que me quita el sueño.

Yo creía, apenas hace dos años atrás, que la vida me depararía con cosas mejores... No lo sé, quizás con visitas a destinos exóticos junto a mi esposa, nietos revoltosos que malcriar o hasta con haber tenido la fortuna de obtener el gran premio navideño pero nunca jamás podría haber imaginado que llegaría el día en que el municipio tuviese la voluntad de asfaltar la vieja calle de tierra dónde, bajo toneladas de arcilla y escombro, yace entubado el arroyo Morón y dónde hoy, en medio de su traza, se asienta "la curva".

Mi historia con esa maldita calle data de casi toda la vida puesto que, desde siempre, he vivido a media cuadra de ella.

De pequeño y como buen niño, cuando ni siquiera sabía lo que significaba el miedo, solía corretear con la pelota por sus extensos tramos de tierra y piedra. En general, los automovilistas la evitaban por su camino ondulante e irregular por lo que se transformaba en un excelente escenario para las disputas futboleras del barrio. Como imaginarán, el terreno que les describí de "la calle" no era un buen sitio para desempeñar mi estilo de juego rústico así que es un hecho que por aquel entonces, su relieve rocoso, ya había probado algo de mi sangre.

Recuerdo que durante el día todo solía marchar bien, en definitiva era una calle común y corriente, pero cuando se hacía tarde y oscurecía me era inevitable sentir esa extraña sensación que aún hoy me recorre de pies a cabeza.

A veces lo tomaba como algo natural y otras veces moría de miedo, verán, toda la trama de "la calle" está oculta entre los extensos paredones de las abandonadas fábricas linderas y bajo las tupidas copas de los árboles. Para cruzarla bajo la luz de la luna hacían falta un buen par de pelotas, sobre todo en las noches en que la neblina se hacía presente y se acumulaba allí, encajonada entre la vegetación, el cemento y la tierra. Todo era obra evidente del arroyo entubado pero nada me sacaba de la mente el hecho de sentir que allí habitaba "algo". Incluso, en más de alguna oportunidad lo había llegado a escuchar pero mi razón más allá de los murmullos me decía que no era posible.

Yo lo sabía, quería negarlo, no podía asumirlo pero lo sabía, sabía que debajo de toda esa tierra había algo, sabía que debajo de aquella precaria calle y dentro del tubo donde corrían las turbias aguas del arroyo... Allí... Dónde no llegaba la luz del sol residía una entidad maligna que no tardaría en cobrarse su primera víctima. Como les dije, en aquella época apenas era un niño y aún no me había enterado pero "la calle" o más bien "la curva" ya contaba con varias víctimas en su haber.

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