El último recuerdo de Jerry con su padre

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Jerry estaba muy preocupado por su padre, y cuando vieron a Stefano Almeida esperando en el portal con la misma chaqueta caqui y con la misma cara de imbécil que el otro día, los miedos de Jerry se confirmaron.

Su padre, Mathew Patterson, salió disparado de la esquina donde se habían ocultado y cruzó la calle como un tiro, con decisión y sin decir nada, de la misma forma que había conducido desde Portimão.

—¡Espera! —suplicó Jerry por última vez, pero sus intentos de retener a su padre fueron inútiles. Los brazos de Mathew, curtidos levantando cervezas y cajas en el Puerto de Londres, se deshicieron del agarre de su hijo con una facilidad pasmosa.

Durante todo el trayecto, Jerry había intentado por todos los medios convencer a su padre de que lo dejara hablar a él, que no valía la pena el riesgo, pero sabía perfectamente que no había vuelta atrás.

La calva brillante de Mathew Petterson finalmente llegó al lado de Stefano mientras éste jugueteaba con su Smartphone, sin darse cuenta de nada. Fue como si un huracán se llevara por delante una cabaña de paja.

—¡Hijo de puta! —gritó Mathew agarrando a Stefano Almeida y estampándolo contra la puerta de la finca— ¡Devuélveme mi dinero! —aulló con su característico acento del sudoeste de Londres.

Stefano Almeida era corpulento y tenía carácter, pero era imposible que pudiera ganar en una pelea a un antiguo Millwall Bushwackers de casi dos metros, que había pasado la mitad de su vida dándose de hostias cada fin de semana con todos los hooligans de la capital británica. Aquel hijo de puta portugués no le iba a timar 500 euros.

—¡Qué haces! —gritó aterrado Stefano— ¡Yo no he hecho nada!

Es curioso como la gente puede seguir negando la evidencia cuando les han pillado, reflexionó Jerry tiempo después del terrible incidente. Pero en ese momento sólo pudo coger a su padre por la espalda y tirar de él para separarlo, aunque fue inútil. Mathew Petterson dio dos puñetazos a Stefano y le partió la nariz.

—Yo soy John Smith, gilipollas —se explicó algo más sosegado—. No me esperabas, ¿verdad? Maldito trozo de mierda, vi tu teléfono en internet anunciando también este piso, hijo de puta, eres tan idiota que ni siquiera lo cambiaste antes de seguir timando.

—Te hemos pillado, Stefano —dijo Jerry intento solucionar el conflicto antes de que pasara lo que se temía—. Es fácil, devuélvenos los 500 euros que te pagamos de fianza y nos largaremos, no conoces a mi padre, te va a matar...

Stefano Almeida empezó a darse cuenta de lo que pasaba. Ese bestia era uno de los seis que habían picado con la fianza falsa del piso de Airbnb en el norte de Portimão. De aquel se había levantado 3.000 euros en fianzas.

Lo que los Patterson no tenían en cuenta es que Stefano era como un animal acorralado cegado por el dinero, no quería morir, pero tampoco quería devolverles la pasta, Stefano mataría por unos pocos euros.

—Está bien...está bien —dijo mientras se cubría la cara y sollozaba—. Os devolveré el dinero, pero no me peguéis más, por favor...—Jerry llegó a sentir lástima por aquel gordo cuarentón que lloraba en el suelo con media cara cubierta de sangre.

El hijo ayudó a su padre a levantarse de encima de aquel timador de mierda, pero cuando Stefano estaba medio incorporado, sacó un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta y se lo clavó a Mathew en la pierna.

El alarido de Mathew Patterson se escuchó desde el otro extremo del pueblo, y mucha más gente de la que ya se había concentrado alrededor de los dos acudieron a ver qué pasaba. Mathew agarró por el cuello a Stefano y lo tiró al suelo antes de que este pudiera salir corriendo y los dos hombres empezaron a forcejear e intercambiar puñetazos.

Finalmente, los temores de Jerry se hicieron realidad cuando vio como la cara de su padre pasaba de la furia desbocada que lo poseía a un sobresalto. Jerry intentó sujetarlo, pero Mathew cayó de espaldas al suelo agarrándose el pecho con fuerza.

Jerry pidió que llamaran a una ambulancia, el dueño de un bar cercano lo hizo, pero cuando llegaron ya era demasiado tarde. El viejo y enfermo corazón de Mathew, hundido por la tensión del momento, decidió que su último bombeo de sangre fuera para machacar la cara de aquel hijo de perra.

Quizá hubiera infundido más solemnidad al momento siMathew se hubiera disculpado ante su hijo mientras la vida se le escapaba ensus brazos, decirle todo lo que nunca le había dicho, pedirle perdón por nohaber sido un buen padre, quizá; decirle alguna frase que pudiera acompañar aJerry el resto de su vida, pero esto no era una película, Mathew simplemente sefue sin decir nada, entre dolor y caos, justo como él hubiera querido, diríaJerry mucho tiempo después.

El último recuerdo de Jerry con su padreWhere stories live. Discover now