μαχή

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Como cada mañana desde que tenía uso de razón, Nerea se fue a pasear con los dos perros que su tía nunca se llevaba a las jornadas de caza. Siguió el mismo recorrido de siempre: salió de su templo, recogió a los canes y caminó río abajo saludando a cada ninfa que se encontraba. Todo eso para acabar en el lago que, casualmente, bordeaba los campos de entrenamiento.

Soltó a los perros, para que fueran a refrescarse, y ella aprovechó para sentarse en el suelo. Apoyó la espalda en una roca y mantuvo su mirada fija en la persona de cada día: Aitana, hija de Atenea.

La morena blandía la espada con soltura y se deshacía de dos y hasta tres adversarios en un solo ataque. Se reía con cada fallo de sus hermanos y primos, pues ella no erraba. Sus movimientos eran gráciles e iban llenos de precisión, lo cual maravillaba a la pequeña rubia.

-Es hermosa, ¿verdad, Leukon?- Preguntó al perro albino, que se había sentado a su lado. Este se limitó a poner una pata en su regazo pidiendo cariño. Nerea soltó una carcajada antes de acariciar su cabeza.- Me lo tomaré como un sí. Mírala, es realmente perfecta. Ha heredado toda la técnica de su madre... No se le resiste nadie.- Un suspiró se escapó de sus labios al mismo tiempo que el otro perro se situaba en su otro costado.

Lánzate, cachorra. Escuchó la voz de su tía como un eco lejano. Nerea no hizo más que rodar los ojos. Se levantó y sacudió la parte posterior de su túnica.

-Leukon, Lycos, nos vamos.- Empezó a caminar hacia el río, dispuesta a volver al templo, pero una flecha se clavó justo donde iba a dar su próximo paso.- ¡¿Estás loca?!- Exclamó mirando hacia el bosque. Vio a Artemisa entre dos árboles al otro lado del río con una mueca divertida. Sin embargo, escuchó sus palabras como si estuviera justo a su lado.

-Tranquila, cachorra, sabes que tengo buena puntería. Ahora, ve a hablar con ella.

-No puedo, Artemisa.- Murmuró echando la vista hacia atrás. Aitana seguía con sus piruetas imposibles y sus acompañantes, turnándose para caer al suelo y volver a levantarse.

-Por supuesto que puedes.- Cuando Nerea devolvió la vista al bosque, su tía había desaparecido.

Llevaba demasiados meses siguiendo el mismo itinerario por dos razones. La primera: se sentía extremadamente atraída por Aitana. La segunda: deseaba luchar tan bien como ella. Quería aprender y estaba segura de que podría llegar a hacerlo. En su corta vida había desarrollado habilidades que no le correspondían teniendo en cuenta su linaje y estaba segura de que la estrategia de combate tampoco sería un imposible. Pero, claro... Necesitaba una institutriz.

En ese segundo, tomó una decisión: hacerle caso a Artemisa. Reunió la poca osadía que tenía y comenzó a caminar hacia Aitana. La pradera donde los hijos de Atenea y los de Ares entrenaban era enorme y a Nerea le daba la sensación de avanzar a cámara lenta.

Cuando la morena reparó en su presencia, a la rubia se le secó la boca. Estuvo tentada de darse la vuelta y huir corriendo. Lo habría hecho de no ser porque todos pararon sus combates personales para prestarle atención. Intentó dar la impresión de tener confianza en sí misma, pero cuando Aitana se le acercó dándole vueltas a su espada, toda esa fachada se le derrumbó.

-¿Necesitas algo?- Preguntó manteniendo el semblante serio, alerta, preparado para cualquier ataque.

-Quiero aprender a luchar.- Alcanzó a decir con un hilo de voz. Las facciones de Aitana se relajaron, pero una sonrisa burlona apareció en sus labios.

-¿Perdona?

-Que... Que quiero... Me...- Balbuceó.- Me gustaría aprender a luchar.

La carcajada de Aitana vino seguida de las de todos los que estaban allí. Nerea apretó los dientes con rabia. Si ya de por sí las burlas eran horribles, que estas provinieran de la chica por la que sentía tantas cosas era simplemente insoportable.

μαχή; iFridge one shotWhere stories live. Discover now