Los ángeles de Annie

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En una casa a las afueras de la industrializada ciudad de Londres, una mujer de mediana edad se paseaba por los pasillos con un vestido negro ajado y desteñido. La casa se caía a pedazos. No había nadie. ¡Nadie! Estaba sola, abandonada a su suerte. Sólo los cuervos eran su compañía.

Ella recordaba como los días eran estáticos, la luz en el firmamento se sostenía fija y se movía en sentido horizontal una y otra vez. Los días se quemaban como el cebo de las velas se consume, y se apagaban como las flores se marchitan en invierno. Pero adentro la oscuridad era profunda y enriquecedora, casi pacífica como la muerte. Sólo se escuchaban los pasos de Annie.

Annie tenía años sin tocar el sol. Su piel estaba pálida. Su cabello parcialmente cano.

En las noches se dedicaba a admirar las estrellas. De día, se escondía en el subsuelo, donde se comía crudo alguno de los cuervos que habitaban la casa. Ella amaba sus cuervos. Ellos le daban todo lo que necesitaba. Eran su compañía, su alimento, su cobijo.

Atrás habían quedado los días en que, en la ahora mugrienta casa, el salón se llenaba de ornamentos caros, ¡carísimos!; comidas opulentas y la luz bañaba todo a su alrededor. La familia de Annie era tan conocida, aristócrata y estaba tan podrida en dinero que incluso el zar del Imperio Ruso rogaba por visitar la famosa casa, la mansión, a las afueras de Londres.

Pero aquellos días quedaron enterrados en los anales de la historia. Ya no había bailes, ni vestidos hermosos. No había músicos tocando sus cellos, sus violines, arpas, pianos y cuál instrumento se pueda imaginar. Eran días donde la creación se encargaba de devorar el plano mundo de Annie.

Ella extrañaba a su familia, por cierto muy extensa, sus amigos y admiradores. Los arrullaba a todos en su corazón.  Por infortunios de la vida se habían marchado. ¡Que pena! ¡Annie es una mujer encantadora!

Ahora tenía a sus cuervos, recordaba el nombre de cada uno de ellos. Cada uno era especial. Eran más que cuervos, ¡eran sus preciados ángeles! Dentro de aquella casa llena de cenizas y destruida a la mitad, sus ángeles de alas negras la acompañaban a donde sea. Eran su compañía, su alimento, su cobijo.

Annie se acercó a uno de ellos, lo tomó entre sus manos como una fina mariposa, cuando estaba por amanecer.

— Eres preciosa.—Susurró.—Eres magnífica como la serena noche, tan oscura como mi corazón y mis preciados poderes.—Acarició el cuello del ave.— Pero hoy serás mi alimento.— Le quebró el cuello.— Hermana mía. 

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⏰ Last updated: Dec 26, 2019 ⏰

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