La clave

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La migración más gigantesca ocurrida en Zapotlán de las Manzanas. Median cientos de metros— las ovejas— algunas, kilómetros. Mucha lana blanca y espesa. Se movían siguiendo los vientos calientes y húmedos de inicio de verano. Nadie se detenía a verlas; las dejaban vagar libres, a sus anchas.

Satanás se encontraba frente a una posible oportunidad.

—Esas pinches nubezotas y ninguna se pasea por aquí.

El hombre irguió la vista, y fue irradiado por la blancura del cielo moteado. Era la imagen de un milagro termonuclear. Una explosión caliente, dentro de un establo de ovejas.

Satanás se manoseó el bigote tramando que decir. Hacia unos momentos que se había topado con el hombre sentado en la banqueta, justo fuera de la única tiendita de abarrotes de la colonia.

—¿Oiga tiene la hora? Le había dicho quedamente.

El Diablo había intentado ignorarlo.

—¡Oiga!

Siguió de largo.

Se había comprado unas caguamas y temía que se le calentaran.

—¡Señor!

Entonces se había vuelto a mirar directamente a los ojos del hombre, que sentado en el cemento de la acera, no supo que decir.

—¿Qué pasa?

—Nada, solo que...

El diablo no dijo nada.

El sujeto bajo la cabeza.

—¿Qué haces?

—Nada.

La calle se encontraba abrazadora y bailante, al igual que los campos; los cercos y las puertas de allá, donde se desvanecía la mirada. Un árbol caído reunía a un grupo de amas de casa con sobrepeso, cuchicheando, mientras un hombre talaba las ramas.

Satanás alcanzó a ver la pistola. Metida en una bolsa de papel, sujetada nerviosamente y negra. Luego la cara del hombre cobraba sentido, comprendió, mordiéndose los labios.

En estas circunstancias sería muy posible, solo habría que mantener la conversación y encausarla. No como las otras veces, torpemente ejecutadas.

Satanás se manoseó el bigote tramando que decir...

—Siempre te veo aquí ¿a qué te dedicas?

—Pues le ayudo a mi papa en las noches con su trabajo de...


—Te ves bien aguitado, wey.

El hombre levantó la vista dando la impresión de que luchaba contra un sentimiento fatigoso. Apago un cigarro en el suelo y comenzó a jugar con la colilla.

—Pues la verdad es que...

—Una pregunta, allí te va ¿Te gustaría ser bien cabrón en todo lo que quieras?

El diablo sonreía pícaramente.

EL otro no terminaba de comprender que pasaba, miraba hacia el piso y a la calle de manera casi clandestina.

—¿Cómo cabron?

—¡Pues cabrón! ¡Que seas chingon, wey! ¡Que seas la verga! Voltea pa acá o no te voy a decir nada.

El sujeto frunció el entrecejo y apretó una sonrisa forzada, luego pasó a una expresión tristona con un gesto de resignación en la boca.

—Pues cada quien nace con sus... a mí no me importa ser gran cosa —Hizo unas comillas aéreas cuando dijo gran cosa— en realidad nada tiene sentido así que si no...

La claveWhere stories live. Discover now