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Tal vez en ese momento dejó de importar... ¿O es que acaso alguna vez importó?... Había pasado la vida obedeciendo las órdenes que su soberano tenía para ella, quien la formaba de manera decorosa y divina para el mundo... para la sociedad de un reino que la veneraba como sagrada. Mismo que en esos momentos traicionaba y lo sabía... lo entendía, pero dentro de su pecho, dentro de su corazón, las vidas de todas las personas que nacían en el mundo debían respetarse por igual, sin importar su herencia de nacimiento, el clan al que perteneciera o la familia apoderada que la respaldara. Una persona, una vida, representaba no solo su ser como diosa de la creación... era el punto máximo de amor en el universo, porque cada una de esas vidas era amada... nacida del seno de una mujer que, al sentir el latido ajeno dentro de su ser, juraba amor eterno sin siquiera pensarlo.

Y por eso correría... cual amazona que atraviesa terrenos desconocidos, mientras saltaba de fango en charco cada vez más profundo, hasta alcanzar la diminuta hoguera que se observaba en la lejanía. El campamento donde con seguridad esperaba encontrar a su amado... aunque no se atreviera a llamarlo como tal hasta ese momento... cuando el pensamiento de volver a verlo hizo revolotear su corazón, cual subiera a su garganta y se interpusiera opacando su respiración.

Su amor que la obligaba a levantarse desde su posición de princesa y diosa, para aventurarse a la maleza del mundo desconocido, tras aquel primer y único beso que le robó. Deseaba devolvérselo o ¿por qué no? Robarle uno de la misma magnitud, al verlo a salvo y regocijarse en su compañía, anhelaba ver en él el traje de caballero, aunque se tratase del reino enemigo.

Sin embargo, las afiladas mentes que rodeaban el perímetro del campamento no lo pensarían dos veces para detenerla. Inexperta cayó al tropezar con una soga tensada en dirección central, para inmediatamente sentir el sofocamiento de la multitud que cayó sobre ella apuntándole con sus armas.

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Había caminado casi por medio día para arribar y estaba dispuesta a continuar si aquellos pasos, aunque se tornaran dolorosos la acercaban a su destino. Jamás había visto los rostros de los soldados desde tan cerca o había tocado sus armas, mucho menos tras ser apresada por las mismas. El ardor de la piel de sus muñecas levantándose en pequeños rasguños bajo la soga apretada de la que tiraban para conducirla al campamento por el que suspiraba terminara su suplicio, no hacía más que acrecentarse con el tensar de los nudos.

—¡Por favor! ¡Solo pronúncieme ante el caballero Eugeo! —suplicaba, con el entrar de su persona, escoltada como la criminal que merodeaba la zona.

Desde más adelante, Alistair y Eugeo que permanecían a las orillas de la fogata, observaron tal llegada por lo que se aproximaron. Estaba seguro que cualquier espía de Underworld podría colarse si se les avistaba y aparentemente sus pensamientos se habían vuelto realidad.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó directo el príncipe.

—¡Alteza! —voltearon todos al escucharlo, dando paso al joven de cabellera oscura y vestimenta de cuero negro que se plantó frente al cautivo.

—Es esta joven... empujada hacia adelante, dio un par de pasos, dificultosos por los grilletes que ahora la apresaban, los largos cabellos cual atardecer y esos ojos de los que se había enamorado, lo miraban incrédulos de la situación.

Alistair se quedó quieto, sin siquiera respirar al verla. –Stacia... ¿Cómo?... ¿Qué haces aquí?... —Tragó saliva y bajó la mirada al sentir el peso de la mirada ambarina buscando respuestas en él.

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⏰ Last updated: Jan 03, 2020 ⏰

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