1-Sin Palabras

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Condado de Derbyshire, Inglaterra primavera de 1819. 



—¡Enid, ven únete a nosotros!

El pequeño de cabello azabache corría entusiasmado hacia la joven, con los ojos brillantes de emoción, las mejillas sonrosadas y unas flores que, apropósito, las había arrancado del suelo y las apretaba en las manos.

La joven que en ese momento se encontraba recostada en el tronco de un árbol del parque en el que estaban—aprovechando la sombra—miró al pequeño de cuatro años quien ya estaba a su lado.

Enid Arrugó la nariz al ver manchas de barro y resto de lo que parecía ser césped, que tenía el pequeño Andrew en la camisa color azul.

—Trata de no ensuciarte más, Drew por favor—le aconsejó dejando el libro que estaba leyendo, uno que había adquirido recientemente y quería devorar lo más pronto posible, era un regalo del conde de Derby, su primo lejano quien le daba techo y comida porque se sentía de alguna manera en la obligación. Después de Enid haber perdido a sus padres, los Barones de Kentirball, en un accidente hace aproximadamente un año, su mundo había girado de manera completa y es que estar sola, sin título—el cual debía caer en ella y no se lo habían otorgado—y sin dote significaba, en todo su esplendor un futuro incierto para cualquier mujer en la sociedad de Inglaterra. Su primo la había acogido en su casa inmediatamente desde que se hizo pública aquella trágica noticia. Desde ese momento ella vivía bajo su protección y mandato. Y no se quejaba, estar así, ahí, bajo su cuidado la bahía hecho llegar a tener sentimientos por el recatado Conde. Sentimientos de los que ella sabía ya él estaba consciente, pues hace unas cuantas noches él tomó sus labios arrebatándole en el acto su primer beso, esa noche fue la más perfecta de su vida, hasta ahora. Lo recordaba y suspiraba de amor por él. 

—¡Sí, señorita!—Andrew afirmó con la cabeza—Trataré de no hacerlo de nuevo. Sólo por favor no se lo digas a mi madre...

El chiquillo hizo un puchero fingiendo estar abatido y puso los ojos parecidos a un corderito implorando por su vida. Ese gesto inocente le recordó a la joven, los ojos gentiles de la madre del pequeño, Lady Evelyne Baltimore, hermana del Conde de Derby y madre de Andrew y del pequeño ángel rubio que dormía en los brazos de la nodriza a unos pasos más adelante de donde se encontraba Enid con el pequeño.

—Está bien, no le diré a tu madre. —mintió. Sabía de sobra que sólo de asomarse por la casa la madre del niño saldría a reprocharle su falta. Pues ella misma le educaba, y era muy clara, le gustaban las cosas en orden y bien hechas y ni hablar de los desastres, regueros y la suciedad, la hermana del conde no era mujer de esas cosas. Ella era la que llevaba la casa del conde en Derbyshire, se encargaba de todo lo que abarcara limpieza en la mansión—A cambio me tienes que enseñar de dónde has sacado esas flores tan hermosas —le guiñó un ojo cómplice. —Pues quiero llevarme unas cuantas para tenerlas de adorno en mi habitación.

El niño salió corriendo gritando yupi, como un cervatillo. Ella aprovechó y se acercó a la nodriza quién todavía sostenía el niño y observaba al pequeño correr en dirección a las flores.

En sus ojos se veía que amaba a los niños y Enid sonrió para sus adentros, ya le hubiera gustado a ella mirar con tanta excitación a los niños. Compartía con ellos, pero estaba consciente de que no le gustaban tanto como a la nodriza.

—Ann—la llamó captando su atención. —Cuando vuelva de allí, —señaló al pequeño que ahora le hacía señas para que fuera—nos iremos a casa. Tienes que estar cansada... —añadió dándose cuenta de el tiempo que llevaban al aire libre y la joven nodriza con el niño durmiendo en las manos.

Entre dos Nobles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora