Parte única

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El bosque era un lugar peligroso, sobre todo para un animal de su tamaño. Se supone que los de la especie superior, toman a los conejos como mascotas, que oportunidad tenía él de sobrevivir en un ambiente tan hostil como ese. La muerte estaba a la vuelta de la esquina y los depredadores se contaban por centenares.

Aun así debía adentrarse en el oscuro ambiente, necesitaba un refugio para pasar la fría noche, en pocos días comenzaría a nevar y formaría, sobre todo el paisaje, una capa tan blanca como su pelaje y sumamente fría.

Sus patas se movían con rapidez, no recordaba hacia cuanto estaba corriendo sin rumbo, adentrándose más y más en el oscuro bosque. Al fin encontró una cueva, no era como las que el acostumbraba a ocupar, esta era inmensa, pero le serviría para resguardarse por la noche. A lo lejos se escuchaba el rugir de algunos animales y no quería seguir arriesgándose. Se adentró en la cueva alejándose lo más que pudo de aquella entrada.

Cuando decidió que estaba lo suficientemente reguardado se acomodó en un rincón para poder dormir. Sin darse cuenta que el peligro estaba adentro.

Algo se removió al lado suyo y sin pensarlo dio media vuelta y clavo sus dientes en aquello que lo perturbaba. Un gemido leve de dolor lo sorprendió y unos fríos ojos azules se clavaron en él, un pequeño haz de luz de luna se coló dentro de la cueva dejando ver al gran lobo de pelaje dorado, en una de sus mejillas se veían los rastros de un rubor sonrosado producto de su reciente mordida.

Quiso echar a correr pero le fue sumamente imposible, estaba petrificado en el lugar sumamente asustado. Se entregó a su destino, cerró sus ojitos achocolatados y se puso a temblar esperando el momento en que su depredador terminase con su vida.

Sin embargo el lobo tenía otros planes, abrió sus mandíbulas y en un movimiento ligero paso su lengua por el rostro del indefenso animal. El conejito abrió los ojos, era un accionar raro, aunque siguió pensando lo peor. Sus patas decidieron moverse y giro en redondo para empezar a correr.

Más el lobo fue más rápido y en un ágil movimiento lo aprisionó con sus patas delanteras, presiono el cuerpo del tierno animalito contra su amplio pecho y hundió su hocico en el blanco pelaje. Y sin más se durmió con el inocente conejito entre sus patas.

Las apariencias, como dicen, muchas veces engañan. El lobo, más no, se mostró salvaje. Permanecía hundido en su sopor, sin agitarse a la hora de dormir. Ese mecanismo natural, sin prisa, en sosiego, revolvía el pelaje del animalito. Y éste creyó, que jamás, pudo haberse resguardado de la peligrosa noche de una mejor manera que en la que se encontraba. Protegido, en un amarre de patas que parecían caricias. Al pequeño roedor, se le dificultó la hora de dormir. No era el caso, incomodidad, al estar hundido en los latidos del lobo, sin embargo, no podía realizar una conciliación efectiva con el astro sueño. Finalmente, sin darse cuenta, imitó al que yacía bajo él y se prestó inadvertido al sueño.


***

Se despertó, con sus orejas levantadas. Totalmente alerta. Es verdad que su compañero lo dejo dormir plácidamente, pero era mejor estar prevenido, en el silencio y el cansancio nocturno el lobo se había mostrado amigable, pero a la luz del día y sin los restos del sueño podría ser una historia diferente.

Sin embargo, se encontraba en completa soledad, aquel que lo había protegido no solo del frío sino también de la aterradora noche no se encontraba. Automáticamente sus orejitas bajaron, su estado se mostraba más relajado, más le inquietaba un poco en que momento el depredador había abandonado la cueva. Investigo un poco el lugar, que se le antojaba frío y silencioso, reviso cada rincón y así se aseguró que se encontraba en completa soledad. Sus orejas volvieron a moverse cubriendo su cabeza, se sintió triste y desprotegido.

Amigos singularesWhere stories live. Discover now