Ú N I C O

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Simon

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Presiento que algo no anda bien.

No. Estoy seguro que todas las cosas no andan bien.

El Hechicero me evita desde ya varias semanas, y tampoco recuerdo haber provocado algo que lo haya molestado (Todavía no reviento una parte del colegio, al contrario, debería estar contento) El Humdrum sigue sin hacer aparición alguna. Baz continúa sacándome de quicio, como es habitual, aunque ahora actúa de una forma más pasiva, sin decirme sus comentarios directo a la cara. Y para rematar, Penélope parece estar mucho más nerviosa de lo que alguna vez la había visto.

—Según mi mamá, a los alumnos de sexto años, dentro del plan de estudios se está impuesto la enseñanza de algún hechizo más avanzado.

Ese fue el motivo que explicaba su desconcierto. Me lo dijo en medio de la clase de Ciencias políticas y yo la despertara. Dejo sus libros cubiertos de baba y hablaba somnolienta. Algo normal considerando que solo durmió dos horas esa noche, por quedarse estudiando un libro complicado e inmenso que me mostro después. Todo indicaba que retiró ese libro de la mala forma de la biblioteca.

—Si, pero esto ya no es el Watford en el que estudió tu mamá —Repliqué pasándole un pañuelo desechable para que limpiara los restos de saliva que se quedaron en su mentón redondeado.

—Ya, lo se Simon. Aunque es mejor estar preparada solo por las dudas, no permitiré que Baz me quite el primer lugar otro año más.

Aquello produjo que me recordara a mí mismo la presencia de Baz. Dirigí mi vista hasta su mesa, a la vez que masticaba un bollo de ciruela recién horneado. Abrí los ojos al encontrarlo observándome con ese semblante que no me produce nada más que hacerme que temer por mi propia vida, ante sus constantes conspiraciones.

Un poco del relleno dulce se escurrió del bollo ensuciándome la mano y lo limpie con una servilleta, llamando la atención de Penélope, que masticaba su segunda rebanada de pan con mantequilla y miel.

—Mira, disimuladamente, a la mesa de Baz. Ya es la tercera vez en el día que lo atrapo con las manos en la masa. Seguro que tiene algo entre las manos.

Penny se dio media vuelta ignorando mi "disimuladamente", cruzándose de brazos observó la escena.

—Por dios, Simon. Comparten cuarto, es obvio que se crucen las miradas —Susurró Penny, concentrándose de nuevo en su propio desayuno.

Apoyé mis dos brazos en la mesa y metí mi cabeza entre ellos. El plato con huevos revueltos y salchicha se me hizo menos apetitoso de repente.

En realidad, si me guiara solo por mis instintos, encerraría a Baz en nuestra habitación y lo obligaría a confesarme todo. Tendría que contestar las constantes preguntas que tenía durante todo el día en la cabeza y me aseguraría de aplicar el daño necesario si esto significaba que sus incansables planes cesaran de una vez.

El único problema que veía a mi plan, no eran todas los cargos legales y el revuelo que ocasionaría en el Aquelarre. Mi problema era la hora de llegada de Baz todas las noches.

Podían ser pasado las dos de la madrugada y Baz recién llegaba a la habitación, aun con el uniforme puesto, pero con unas manchas oscuras alrededor del cuello de la camisa. Como creía que yo dormía, se daba una silenciosa ducha (rompiendo nuestra regla dorada) (Bañarme en las noches, mientras él lo hacía en la mañana) para que al final, ya en piyama se metiera a la cama.

El príncipe sapo (SnowBaz) Carry OnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora