El tigre blanco que siguió su sueño.

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Esta es la historia de cómo un joven tigre albino de las nieves decidió dejar el blanco paisaje donde vivía para aventurarse a conocer otros lugares.

Se preguntaba que habría más allá de la blancura. Conocía los colores del arcoiris, ¿existirían otros colores lejos de la nieve?. Sabía por cuentos e historias de tigres aventureros de la familia que existían criaturas diferentes a las que conocía... ¿qué otros animales habría?.

En una de sus tardes de introspección recostado en una colina, fue sobresaltado por un estruendoso ruido. Una avalancha interrumpió su rato de meditación y le obligó a huir para salvar su vida.

Mientras corría, por el rabillo del ojo derecho divisó una grieta en el hielo de la ladera de una montaña. Como la nieve ya le venía mordiendo las patas traseras, rápidamente se escurrió por la grieta adentrándose en una especie de cueva completamente a oscuras, porque la nieve ya había cubierto la entrada.

Caminando a ciegas fue avanzando lentamente sintiendo cada pata que apoyaba. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, comenzó a ver una tenue luz que se reflejaba en las paredes de la cueva.

Maravillado quedó al descubrir que provenía de una gruta llena de estalactitas que reflejaban la luz creando un juego de colores en movimiento. Caminaba con mucho cuidado por un borde de rocas para evitar resbalarse debido a que el piso estaba cubierto de hielo. 

De repente, un animal extraño se abalanzó sobre él, lo tomó por el pescuezo y le obligó a caer al suelo. Cuando pudo zafarse y alejarse un poco reconoció a la bestia. No era un animal cualquiera, sino un hombre vestido con pieles de otros animales que se comportaba muy hostil.

Él reconocía a estos especímenes porque, desde pequeño,  sus padres le habían enseñado a mantenerse alejado de ellos porque podían dañarle. Ahora comprobaba que no le habían mentido.

Como pudo, se paró sobre sus patas e intentó escapar. Le resultaba muy difícil mantenerse en pié. La capa de hielo era muy rígida y no le permitía asirse con sus garras. Siguiendo un hilo de agua que corría por un ducto natural formado en el hielo, encontró una salida algo abrupta. Por su incapacidad de detenerse en pendiente, de sostenerse con sus patas y mucho menos de volar, cayó precipitadamente unos cuantos metros hasta un pequeño arroyo formado por el agua de deshielo de las montañas.

Fue arrastrado rápidamente río abajo mientras luchaba a los manotazos con el agua tratando de mantenerse a flote. En una curva logró agarrarse a una piedra y haciendo un gran esfuerzo, consiguió salir a la orilla donde se tiró exhausto a descansar y se quedó dormido.

Cuando abrió los ojos se vio tirado a la vera del río y recordó lo ocurrido. 

Ese parecía ser un día complicado para mantenerse con vida.

Se reincorporó y pudo observar mejor donde se encontraba. No daba crédito a lo que le mostraban sus ojos. Frente a él había un bosque de enormes álamos dorados y amarillos. Sin dudarlo caminó y entró en él. El crujir de las hojas al pisarlas era música para sus oídos acostumbrados a oír el ruido de la nieve y el viento.

De repente, una bandada de aves que remontó vuelo espantadas por su presencia hicieron que el tigre se volviera sobre sus pasos y se agazapara tomando posición de guardia pensando que le significaban algún peligro.

En la medida en que recorría el lugar adquiría más confianza. Ya no se sentía tan temeroso y casi ni recordaba los momentos de peligro por los que había pasado horas atrás.

Era libre y comenzaba a disfrutar de su viaje, cuando un ruido en su estómago le recordó que no había comido nada en ese día. El sol estaba bajo y pronto caería la noche.El motivo de su recorrido cambió de la exploración relajada al de concentración y casería. Necesitaba comer algo pronto. Sus patas habían comenzado a temblarle.

Sin éxito, corrió a una liebre, a un zorro y a un búho. Cuando ya creía que no comería ese día, logró atrapar una comadreja distraída. No fue una gran cena, pero le permitió pasar la noche.

Apenas asomó el sol, el tigre abrió los ojos y en la turbiedad de su mirada vio que tenía frente a su cara una serpiente erguida, mirándolo fijamente. Ignorante de su peligrosidad, el tigre, que se encontraba recostado de lado, trató de tocarla haciendo un movimiento con su pata delantera y en ese mismo momento, con la velocidad de un rayo, la serpiente le mordió la pata.  Dolorido y asustado se paró de un salto y huyó.

Corría entre los árboles y de vez en vez se detenía a lamerse la pata que le dolía muchísimo. En un momento la mirada se le nubló y comenzó a sentir como fuego que le corría por su cuerpo. Llegó hasta una carretera que se encontraba al final de la arboleda y cayó inconsciente. 

Cuando despertó estaba en un lugar muy extraño, rodeado de barras de acero que no le permitían salir. Entró en pánico cuando se vio en medio de un grupo de animales humanos que le observaban. 

Retrocedió hasta el lado opuesto de la jaula rugiendo fuertemente tratando de infundir temor para que no se le acercasen.

Para su asombro, estos ejemplares no se mostraban hostiles con él, sino que por el contrario, hacían sonidos suaves y armónicos con sus bocas, tenían mirada brillante y mostraban sus dientes de forma amigable.

Cuando intentó lamerse la pata la encontró áspera demás porque estaba recubierta de una piel blanca y sin pelos. Era una venda que habían utilizado para sanarle la herida de la mordedura, pero que el tigre no reconocía. 

Uno de los humanos se acercó y por la parte superior de la jaula, le arrojó un trozo enorme de carne que devoró desesperadamente.

A la mañana siguiente, mientras dormitaba, sintió un rugido parecido al de su madre y comenzó a soñar con ella. Corrían juntos por la nieve, saltaban y jugaban cuando otro rugido lo despertó. Tras las barras, caminando libremente, había una joven tigresa de bengala. Igual a su madre pero bastante más joven. Los humanos jugaban con ella, le hacían caricias y la respetaban.

Una vez que estuvo recuperado de los efectos del veneno y de su pata lastimada, fue trasladado a un sector de la reserva donde pudo moverse en una extensión mayor a la de tres metros cuadrados y en compañía de la joven tigresa que, a su manera, fue enseñándole a perderle el miedo a los humanos del lugar y a relacionarse amistosamente con ellos.

Pasaron los meses y el tigre fue devuelto al blanco paisaje del cual había escapado obligado por las circunstancias, aunque estaba seguro que era su profundo deseo de conocer el que había causado su aventura.  Pero, las cosas cambiaron.

Por la gran amistad que desarrollaron con su compañera, todos los fines de semana es trasladada desde la reserva hasta las zonas nevadas donde el tigre la espera parado en la colina cada viernes. Y cuando ella llega, corre a su encuentro, le salta encima y la hace rodar por la nieve. Así corren, juegan y viven juntos por dos días, cuando la vienen a buscar.

Esta vez es el tigre quien le enseña a la tigresa cómo relacionarse amigablemente con la naturaleza y las zonas abiertas. Y cuando esté lista podrá quedarse indefinidamente en el indescriptiblemente bello paisaje blanco.

El tigre blanco que siguió su sueño.Where stories live. Discover now