Esperando por ti

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Tanta nieve a estas alturas de enero debe ser una broma. Justo hoy que tengo que viajar, coaccionada por las amenazas de que mi mamá invadiría mi apartamento indefinidamente si no acudía a visitarlos este fin de semana largo, me encuentro con que la madre naturaleza decidió que era un buen día para que la temperatura sea de -4° a las seis de la mañana, donde el señor sol todavía no nos complace con su presencia.

No digo que deteste el frío. Lo amo, aunque genere reacciones adversas en mi cuerpo, pero ése no es el punto. El punto es que estoy luchando para entrar a la estación de tren y suena la bocina de un coche que esperaba a que moviera mi trasero más rápido o iba a atropellarme. Apuré el paso para llegar al andén correcto a tiempo.

―Veamos ―susurré, mientras intentaba orientarme, hasta que alguien arrojó lejos de mí la maleta que llevaba al hombro―. ¡Si quieres puedes llevártela contigo! ―le grité, extendiendo mis brazos en protesta.

―¡Es muy fea como para hacerlo, pero gracias por la oferta! ―gritó sobre su hombro la muy infeliz.

Luego de rescatar mi maleta y dedicarle a la idiota una buena sarta de insultos no aptos para mamás, conseguí mi andén. Ahora, sólo me restaba tomar el vagón que me llevará al pintoresco y congelado sitio en el que nací y crecí hasta mis dieciocho años.

―Es increíble cómo un poco de frío vuelve a la gente estúpida, lenta y... ―refunfuñaba, al tiempo que me quitaba la chaqueta, arrojándola al asiento, para luego pelear con la bufanda y el gorro a juego.

―¿Siempre hablando sola?

Tenía que ser una jodida broma. Señor, ¿por qué me haces esto?

―Las personas inteligentes solemos hablar solas ―le respondí de espaldas, mientras seguía con lucha.

―Si fueses tan inteligente, no tendrías cinco minutos intentando zafarte de ese trozo de tela.

Desconocida presuntuosa 1-0 encantadora narradora.

―Este artefacto del demonio no tiene nada que ver con mi IQ.

Me di la vuelta, porque pelear de espaldas no era tan divertido, y quería verle el rostro a mi agresora.

―No. Simplemente mide tu habilidad motriz, Einstein. ―Ella extendió una mano y retiró con la mayor de las facilidades la trampa mortal que llevaba en mi cuello.

Todo ocurrió en cámara lenta. Enfoqué su rostro enmarcado en una azabache melena, capté sus ojos de un intenso verde que me absorbió, una delgada nariz bañada por unas pecas que se difuminaban hacia sus pómulos, una suave sonrisa adornaba sus delgados pero apetecibles labios. Y es ahí, señoras y señores, donde todos mis argumentos murieron.

Todo su rostro me dejó fuera de combate, sentí mi corazón ir a mil revoluciones por minuto; mis manos sudaban, sentía la garganta como si nunca hubiese tomado agua en mi vida; mis pulmones cambiaron el oxígeno por el olor de su perfume. Todo mi cosmos se redujo a ella, nunca en mis veintisiete años me había sentido tan abrumada y tan viva al mismo tiempo.

―¿Ahora no hablas?

Ella alzó su sexi ceja, transformando su sonrisa de tímida a juguetona, y haciéndome tragar la media tonelada de arena que sentía en mi garganta para buscar mi voz.

―Y...Yo ―tartamudeé miserablemente. Suspiré y reacomodé mis ideas antes de hablar―. Debería agradecerte, pero no lo haré porque fuiste una cretina allá afuera. ―Mi instinto de conservación decidió cobrar vida de nuevo, rompiendo la burbuja de encanto que ella había arrojado sobre mí.

―Sí, bueno, con respecto a eso, lo siento. ―Hizo una mueca de vergüenza y se removió incómoda―. Era un mal momento y tú estabas ahí en medio del camino como si no hubiese un mundo a tu alrededor.

Esperando por tiWhere stories live. Discover now