Corazón Elástico

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Se encogió de hombros, casi incrédula a la que estaba oyendo porque era la única manera de ocultar lo que en realidad sentía. Se frotó la frente por culpa del sudor y no supo exactamente si era a causa del intenso calor o el simple miedo que le provocaba tocar un tema que aún parecía perforarle el corazón como un taladro a medio punto de destruir el concreto.

Con un pañuelo se limpió el resto de la molestia liquida y dejó de lado las pesadas cajas. Ya había sido muy tarde para continuar con el molesto trabajo, pero no podía fallarles porque se prometió en darles el día libre para que disfrutaran de su velada; quiso trabajar para estar acompañada de las cajas del almacén, pedazos de telas viejas y algunos papeles para separar lo que servía y lo que se iba a la basura.

Deseaba olvidar aquellos episodios en que todos estamos acostumbrados a caer, donde inevitablemente terminamos en una edad de aprendizaje solo para que la vida nos avise que, si no maduramos, nuestra caída sería tan terrible que no solo romperíamos una esperanza sino también un corazón pequeño y débil.

Su vida yacía sobre la cuerda floja y que intentaba aferrarse con desesperación a una vida a la que con mucho esfuerzo construyó, pero por un simple juego perdió la mitad de su existencia.

Todo lo aprendido en tantos años lo había perdido en poco tiempo.

Y aquí venía otro que mordía el polvo, el alma en pena de una desdicha y un error que se comete en la inexperiencia de los senderos de la existencia humana. No era estúpida, su único error fue la ingenuidad en que su inmadurez le hizo creer durante ese tiempo; algo que quizás no estaba lista para incursionar como la maligna suerte de dar un paso en un mundo que aún no le correspondía y que irónicamente entró a jugar.

Sonrió para aguantar las ganas de llorar. Un corazón destrozado y un orgullo rasgado no se podían evitar así de simple, ni siquiera con la mayor de las hipocresías que uno poseía. Lastimosamente nadie le enseñó los distintos gustos y sabores de ese sentimiento y, por muy desagradable que sonara, ella probó del más mortífero que existía.

— De pie Andria, de pie— se frotó la mejilla izquierda, aún la herida le ardía con vivacidad y el recuerdo de un desastroso accidente le hincaba el cuerpo.

Le ardía la cara, el dolor en el brazo se intensificó, pero nada se comparó con la abrupta y tormentosa sensación del accidente que sufrió hace unas semanas. Suspiró, debía de calmarse o todo iba a salir mal, quizás una penosa desgracia se asomaría en su vida porque el mismo doctor le ordenó guardar reposo absoluto o la devolvería a la clínica y esta vez rompiendo su promesa, lo que equivaldría que sus padres vinieran desde lejos para morir de la angustia al saber toda la verdad.

Pero era necia, osada y atrevida como un felino salvaje que corría por las praderas del África para seguir a su manada, hasta que llegó su cazador que parecía tener la cura efectiva para adiestrarla destruyendo su verdadera forma y adulterando su naturaleza. Más lo quiso y amó ese peculiar cambio en que fue sometida, en parte aprovechó lo poquito que aprendió para fortalecer su débil corazón.

— Golpeando la mesa no te va a sanar las heridas.

Andria giró la cabeza sintiendo que los tendones se les desgarraba. El joven de cabellos negros estaba de pie en la puerta con una tierna sonrisa en el rostro, vestía con ropa deportiva, aunque un mandil le envolvía la cintura cosa que provocó que ella se encogiera de hombros.

— ¿No ibas a ir? —indagó con calma para repararse emocionalmente. Se juró a si misma que nadie iba a ver el reflejo de ese terrible episodio de su vida, menos aún que todos le tuvieran lástima como una estúpida necesitada.

Corazón ElásticoWhere stories live. Discover now