borrador

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No podía dejar de correr. Sus pies se movían solos, aunque su corazón se sintiera lo bastante valiente como para no hacerlo, y plantar cara a aquello que le perseguía. Pero no paró, tal vez, por instinto, o tal vez porque aprendió a hacer caso siempre al sentido común.

 Avanzaba torpemente por aquel camino estrecho y pedregoso, que le hacía tener más de un tras pie. Su cuerpo se tambaleaba y jadeaba, a la vez que meneaba sus brazos con violentos movimientos, que él pensaba que podrían ahuyentar a aquella amenaza que le pisaba los talones.

 Corre Álvaro , coño.

Se dijo a sí mismo.

No podía tan siquiera girar la cabeza para ver de que se trataba realmente aquel peligro. Solo sabía que debía correr, se lo decía el cuerpo. Quería hablar, quería decir que no le tenía miedo. Pero no podía, una fuerza mayor y desconocida se lo impedía.

Estaba exhausto y sus piernas comenzaban a fallar. Hizo el último esfuerzo que le permitía su cuerpo, pero fue en balde. Su cuerpo corpulento de metro ochenta y seis no lo resistió (hay que decir que no estaba en buena forma). No le dolió tanto la caída como pensaba, pero la razón era porque el temor no le dejaba si quiera sentir dolor. Se quedó boca arriba y lo pudo ver, al fin. 

Lo miró de frente, con gesto de furia, sin embargo, se percató de que las lágrimas empezaban a salir de sus ojos, que estaban más verdosos de lo habitual.

Entonces, en sus oídos sonó un fuerte sonido agudo, pero Álvaro luchaba para no escucharlo. Otro esfuerzo en vano.

Abrió los ojos y pegó un sobresalto. Tardó unos segundos en que su vista se acostumbrara a la nueva luz. Miró a su alrededor, aún agitado, y pudo ver un cuerpo desnudo de cintura para arriba, que se cubría pobremente con una sábana blanca, dejando al descubierto su pecho de un tono mucho más moreno que el de Álvaro. Su vista avanzó hacia la cabeza del individuo, y se paró un momento a admirar la maravillosa barba del hombre que dormía a su lado.

Perfectamente recortada, con la longitud justa para que Álvaro no se pinchara cada vez que le besaba. Su pelo negro y rizado también le parecía que tenía el largo adecuado, lo suficiente para que Álvaro entrelazara sus dedos con él, despertandolo.

-¿Otra pesadilla?-dijo aquel hombre, que hizo aquella suposición al notar tan inquieto a Álvaro

-Sí. Esta era de las peores. Aún me duele la cabeza--admitió él.

-No te preocupes anda, aquí sabes que estás a salvo.-dijo aquel hombre, abrazando la cabeza de Álvaro y colocandola suavemente en su extraordinario torso.

Álvaro solo se limitó a abrazarlo. Allí se quedó, y mientras su cabeza subía y bajaba debido a las respiraciones de su acompañante, reparó un momento en lo preciosa que era aquella habitación, y que poco la habían sabido aprovechar.

Transmitía una atmósfera de limpieza, ya que tanto las sábanas, como las cortinas, paredes la tarima de madera blanquecina estaban impecables. El gran espejo que tenían justo en la pared que daba a los pies de la cama no tenía ni una sola huella. No como al que estaba acostumbrado Álvaro en su casa pequeño apartamento de Granada, desde luego.

En cuanto al baño, daba incluso reparo hacer de viente. ¡Cómo mancillar aquel precioso váter! Pensaba él. El único defecto que había conseguido sacar era que nunca pusieran suficiente sobres de toallitas. Le encantaban, sobre todo si olían a limón.

En conclusión, se notaba que Daniel se había tomado muchas molestias. Eso no le gustaba demasiado, nunca le ha gustado depender de su pareja en lo más mínimo. Pero de repente se percató, de que no era su pareja.

-Será mejor que vayamos levantándonos, hay que hacer las maletas aún- dijo Daniel incorporandose y apartando la cabeza de Álvaro.

A Álvaro le impresionó ver la figura de Daniel La Mer cuando se puso en pie. Su físico no dejaba indiferente a nadie.

-Oye, en cuanto a lo de ayer...-comenzó a mascullar Álvaro, pero él le cortó.

-Déjalo. No fue nada. Al fin y al cabo, hemos peleas peores.

-¿Lo consideras una pelea?-preguntó Álvaro un poco sorprendido.

-No es eso. Es solo que... vamos a dejarlo estar y punto-dijo tagante.

No curzaron más palabras hasta el desayuno, en el que lo dejaban de abordarles sentimientos de incomodidad, arrepentimiento y tristeza a ambos.

Después de desayunar, recogieron sus maletas y entregaron el juego de llaves de la habitación en recepción. Tomaron un taxi hasta la estación de bus más cercana,

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⏰ Last updated: Mar 31, 2020 ⏰

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