Una noche más

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Abro los ojos. Siento la luz del sol que entra a través de los ventanales de la habitación en lo más hondo de mi cabeza. Va a explotar. Tumbado en una cama, no puedo imaginar un mundo en vertical. Me desplomaría nada más intentar ponerme en pié. Me pregunto cuánto tiempo llevo aquí. Ninguno de mis músculos responde, ni mis brazos, ni mis piernas. Siento como si pesasen toneladas. Definitivamente, mi cabeza va a explotar. Consigo enfocar mi mirada. Clavo mis ojos en un espejo situado justo en el techo, encima de mí. Veo una gran cama redonda, con sabanas blancas, aterciopeladas, revueltas. Veo los cuerpos de tres chicas. Desnudas. Duermen. No puedo creer lo que veo. No me gusta el terciopelo. ¡Cómo he podido dormir en estas sábanas! Me he vuelto a defraudar a mí mismo. Desde los catorce años me juré que si algún día me levantara rodeado de tres mujeres, nunca jamás olvidaría el más mínimo detalle. Ni siquiera sé cómo se llaman. Ni siquiera sé quiénes son. Espero haber usado protección. Consigo mover levemente el cuello. Incorporo mi cabeza que, finalmente, explota. Toda la habitación gira. Me esfuerzo por detener mi vista en lo que tengo más cerca. Confirmo lo que he visto en el espejo. Observo a mi alrededor todo un entramado guernikano de brazos, cabezas y piernas. La teoría del caos presente en cada centímetro de la cama.

Busco una salida. Necesito pisar el suelo. Mis torpes movimientos hacen revolverse al resto de piernas y brazos. Pronto, el caos corporal se reorganiza en la cama, sin mí. Desde las alturas, la habitación gira con más velocidad. Llevo las palmas de mis manos a mis ojos. Siento como las inocentes células de mi cabeza han sido sometidas por todas las sustancias réprobas que ingerí ayer. Miro alrededor. Más allá de la cama veo un mundo devastado de botellas de alcohol y ropa interior. Me llevo al gaznate los restos líquidos de una de las botellas. Me dirijo al cuarto de baño. Me miro en el espejo. No me reconozco. Siento como si un ejército de tanques hubiese hecho prácticas en mi cabeza. No saco ninguna conclusión. Me acerco a la ducha. Abro el grifo. Gotas de un agua proveniente del mismísimo polo norte caen sobre mí. Actúan como refuerzo para mis inocentes células que empiezan a retomar el control. Apoyo mis manos en la pared y dejo que el agua caiga sobre mi nuca y mi espalda. A mi cabeza vienen flashes de lo ocurrido la noche anterior. Al parecer fue divertido. Una noche más. Analizo mi situación actual, resumo mis problemas en mi dolor infinito de cabeza y en la presencia de esos cuerpos desconocidos en mi cama. Pastillas y una excusa improvisada, vacía y barata. Esas serán mis soluciones. Aunque todo eso de momento puede esperar. Me sienta bien la ducha. Seguiré aquí un rato más.

Una  noche másWhere stories live. Discover now