Los X-Men se han enfrentado a grandes enemigos pero nada los había preparado para un combate contra un animal salvaje; un asesino brutal cuyo único objetivo era causar una masacre.
Un grupo de militares se encontraban caminando por unas instalaciones gubernamentales bastante destruidas. Finalmente llegaron a una habitación donde los esperaba un hombre de baja estatura.
—Señor Trask —habló el militar al mando.
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—Ya era hora que apareciera, Coronel Striker.
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—¿Qué fue lo que pasó? —pregunto el militar.
——Mutantes —respondió Trask—. Tenía a un grupo de mutantes capturados para mis experimentos cuando ese grupo de terroristas, los X-Men, llegaron a destruir todo. Si no los detenemos, los mutantes terminarán ganando la guerra. Ya bastante tenemos con ese monstruo gris en Las Vegas y el alien loco en Metrópolis.
—Tranquilo, Dr. Trask —exclamó Striker con voz firme pero calmada—. Nos encargaremos de Los X-Men.
Horas más tarde, en una celda especial, se encontraba un hombre de cabello canos y ojos claros leyendo tranquilamente un libro.
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A sus espaldas se abrió la puerta dejando entrar a un guardia obeso con algo de barba junto al Coronel Striker.
—Striker —exclamó el hombre de cabellos canos—, que desagradable sorpresa.
—Lo mismo digo, Magneto —afirmó el militar mientras se sentaba frente al anciano—. Quiero información. ¿Dónde encuentro a los X-Men?
Los coléricos ojos azules del mayor se posaron sobre el coronel que mantuvo en todo momento la mirada.