La Metrópoli

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El Templo Norte era el más cercano. Algunos kilómetros detrás de este, estaba el Templo Sur. Ambos erigidos en tiempos donde las bestias y los humanos mantenían el acuerdo que susurraba el viento entre las hojas de los pinos y enseñaba en toda bondad el equilibrio de las cosas. Esto fue así durante un período determinado en la historia del tiempo, donde la palabra "desarrollo" implicaba evolución del espíritu y no destrucción.

Casi como una danza, los entes de espíritu, a veces llamados humanos, comulgaban la tierra con otras criaturas y con ellos mismos. Entendiéndose fruto del tiempo, siendo tierra y lluvia, ave y lombriz, ciclo inacabable de transducción de vida y enseñanza.

Aquellos inviernos fueron buenos, nadie pasó hambre, todos tuvieron sus pieles para sentir calor y guardaron las semillas para sembrar cuando fuese la ocasión. Generaciones enteras pasaron, donde una tras otra se enseñó y se crió como era debido, ajenos a la enorme transformación que se estaba dando en las ciudades.

Tiempo después, observarían que las nubes eran cada vez menos claras, el cielo se opacaba y las aves morían sin razón evidente. El agua ya no era segura, puesto que muchos animales morían al beberla y otros tantos enfermaban. El horizonte comenzaba a ser invadido por la que más tarde sería conocida como "La Metrópoli".

Cuando entendieron que el mundo estaba iniciando un camino diferente al suyo (y vieron todo lo que traía consigo) basado en la destrucción de lo que los rodeaba (y sin saberlo, de ellos mismos), decidieron alzar los templos. Como un bastión al modo de vida que habían sostenido durante tantas generaciones. Como un símbolo de respeto a la vida que los rodeaba y a si mismos. Sin embargo, la bestia continuó y al hacerlo devoró en sus fauces todo cuanto fue necesario para crecer incesantemente. Continuó creciendo y se expandió por todo el globo, dejando solamente algunos puntos que habían resistido duramente, a costa de la vida de muchos animales y humanos.

Sostuvieron estos templos como centros de reagrupamiento, reabastecimiento y refugio de los que habían sido heridos por el desarrollo y sus terribles garras metálicas, humeantes y hambreadoras, durante todo lo que pudieron. Durante siglos, el número de ocupantes de los templos fue menguando. No quedaba nadie ya que pudiera recordar el cielo nocturno y los ojos de los dioses, hoy apagados, que vigilaban sin descanso la tierra, los atardeceres impolutos en el horizonte, el vuelo desafiante de las aves al surcar el cielo. Solo quedaban cuentos y fantasmas, que los más ancianos contaran a los niños para entretenerlos, pero nadie creía en ello como una realidad, solo eran historias del pasado.

La máquina siguió y siguió, pues no conocía límites y mientras más engullía más hambrienta estaba. Pocos eran ya los templos y lugares que no habían sido tocados por ella. Tanto había crecido que los hombres comenzaron a considerarla su diosa. Todo lo que hacían en su vida, era para servirle. Hacían largos y agotadores rituales de 8, 12 y hasta 16 horas diarias. Dedicaban sus vidas enteras a servirle. Mas no tenían otra opción, pues la diosa era tirana y si no recibía su tributo o no estaba satisfecha con él, entonces los hambreaba y los azotaba con todo cuanto tenía en su poder. Hambres, guerras, muerte y más muerte sin importar cuanto pudiese engullir, la diosa era eternamente insatisfecha. Se alimentaba del sufrimiento de los hombres, que idiotizados por sus encantos engañosos, se arrastraban ante ella.

Pronto la vida como la conocían desapareció y los animales fueron empujados casi hasta la desaparición. No hubo ya aves, mas sino escondidas cuidadosamente, el agua no podía tomarse, el aire casi no podía respirarse y por esto el bosque de pinos se marchitó lentamente. Todos los ocupantes de los templos, murieron lenta y dolorosamente, a causa de la devastación producida por la máquina. Pronto, los templos que habían sido de las más fuertes y bellas construcciones edilicias jamás creadas, cayeron en la ruina por la corrosión del aire, las lluvias ácidas, los temblores en la tierra. Ahora solo era hogar de pocos animales pequeños, supervivientes del cataclismo causado por la máquina.

La diosa, sumida en su propia vorágine y caos, no notó aquello que se gestaba entre los hombres. Puesto que lo que estaba naciendo, era mucho más pequeño que lo observable, y solo unos pocos hombres sensatos lograron advertirlo a tiempo. Comenzó entonces lo que más tarde sería una batalla para salvar a la máquina. Todavía no lo sabían, pero habían nacido unas partículas capaces de destruir a la diosa. Estas partículas eran implacables, se diseminaron rápidamente por todos los lugares que pudieron y atacaron a quienes encontraran, sin distinción. Fue necesario que poblaciones enteras de hombres cayeran muertas por estas partículas, para que la máquina se percatara de ellas. Una vez la diosa reconoció el poder de las mismas, encolerizada (y sin reconocerlo, aterrada) comenzó una campaña brutal para obligar y reclamar su salvación a todos los hombres que quedaban vivos, a costa de su propia vida. Tan ilusos, tan engañados y tan descreídos eran los hombres, que creyeron que salvando a la diosa se salvarían ellos mismos.

Las partículas, cuya voluntad no estaba determinada, sino que su accionar obedecía leyes naturales, continuaron viajando de polizontes en los cuerpos inadvertidos de los hombres, y pronto colonizaron el mundo entero. Hubo conflicto por los recursos, todos intentaban salvarse a sí mismos mientras otros acomodaban cadáveres por miles.

No necesito describir qué sucedió a continuación. Me basta con contarles que hoy el cielo es más claro, los dioses han retornado al cielo nocturno, los pinos han vuelto a crecer y los que quedamos vivos, fuimos quienes vimos a la diosa caer.

Unas míseras partículas aniquilaron a la máquina, que se creía dueña de todo lo existente, desconociendo que en realidad, ella era solo porque existían los hombres que en su ambición, le habían dado forma.

Me basta con contarles, que escribo esto mientras miro con mis compañeros el atardecer desde el Templo Norte, ahora reconstruido, y por primera vez, disfruto mirar al horizonte surcado por el cascarón vacío de una máquina que murió para dejar nacer nuevamente a todo lo que se llevó.

La MetrópoliWhere stories live. Discover now