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A pesar de todo, la muerte aún le parecía dolorosa.

No era como si Felisa desconociera las funciones milagrosas que la alfombra tenía: autoajustarse a cualquier superficie, adoptar hasta cien patrones decorativos, incluso desprender fragancias a frutas exóticas; las conocía todas.

Sin embargo, había un detalle que la mujer había olvidado al caminar por el pasillo y era que, por más costoso que le hubiera resultado el artefacto, este no iba a evitar las lágrimas que ella lloraba y que, gota a gota, iban marcando el rastro de su escape sin sentido. Se podía decir, tanto por la desolación en la mueca de su rostro como por las pisadas que la llevaban directo a la habitación, que el sufrimiento era, en ese momento, un mal inexorable.

Nada le importaba ahora, mucho menos saber que el zarandeo del pantalón había hecho resbalar el móvil del bolsillo, dejándolo boca arriba sobre la alfombra que la guiaba al dormitorio. Iluminada de amarillo, una sonrisa permanecía intacta en el dispositivo.

La puerta se cerró tras ella. La oscuridad entera, y nada más. Pese a que estaba ciega, conocía de memoria la ubicación milimétrica de cada objeto. Así pues, dejó caer su espalda en una superficie acolchonada y fría y estiró el brazo hacia un costado para alcanzar algo. Hundió su mano en una suavidad que había olvidado tras la pérdida y la trajo consigo; no a ella, como tanto hubiese querido, sino a la almohada, usándola para secarse el rostro. Felisa también sabía que detrás suyo, justo debajo del reloj en la pared, una fotografía de su amada la observaba y le hacía recordar lo que tanto trataba de negarse: ella había muerto; ya no podía concebirla de otra forma que como una ilusión pasada. Un recuerdo peligroso.

Las agujas anunciaron las doce menos cinco y las lágrimas no dejaron de correr; sabían que cuando el reloj anunciara el final de aquel día, ellos se habrían encargado de barrer de su memoria cada recuerdo suyo. Familiares o compañeros de trabajo, no existía ningún discernimiento riguroso para la selección de los candidatos al proceso. Incluso las mascotas eran sometidas, según contaba un antiguo rumor. Haber establecido una mínima relación emocional con el recién fallecido era excusa suficiente para calificar a la aplicación del procedimiento. Después de todo, dejar en el cuerpo ese peligroso virus conocido como "nostalgia" era un riesgo que ellos no podían correr. Pero, ¿quiénes eran "ellos"? Nada de eso importaba en ese momento, pues lo único que cabía en su mente era el hecho de que por la mañana ya no habría ninguna razón para llorar; aquella esperanza de consolación no le agradaba.

Fue así como lo decidió. Llevó el índice tembloroso hacia un lado del cuello y, en el instante en que pulsó la pantalla metálica, sus córneas irradiaron unas luces movedizas. Deslizando el dedo de un lado a otro, dibujaba sobre el cogote líneas rectas, secantes y curvas. Era como una dactilógrafa en plena labor de oficina, cuya operación llego a su fin cuando sus ojos leyeron:

Hora actual: 23:59:54

Hora a despertar: ND.

Seleccionar sueño: Sí.

Archivo: ssx_001

El dedo quedó suspendido ante el botón de "aceptar", iluminado solo para ella. «Solo un toque...», pensó. Seis segundos y... Una culpa criminal la apartaba de lo que estaba a punto de hacer; le recordaba que ese movimiento, ese único movimiento, iría en contra de la ley antinostalgia. Cinco. La conocía perfectamente. Todos la conocían. Cuatro. Algo corría por su dedo. Tres. Una palpitación prudente. Pareció alejar el arma del cuello. Dos. No estaba dispuesta...

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⏰ Last updated: Apr 15, 2020 ⏰

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