El placer de un buen café

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Hay pocas cosas tan hermosas en esta vida como compartir un buen café con personas a las que aprecias. Esa conexión emocional que surge mientras el aroma del oscuro líquido colma el ambiente. Los momentos mágicos de complicidad y camaradería, las situaciones íntimas, los lazos que se estrechan de un modo que parece irreversible… 
Pero basta ya de cursiladas y hablemos de cuando las cosas se tuercen, que también pasa.

Hortensia y sus amigas solían cumplir religiosamente con una vieja costumbre suya, la consumación de un convencionalismo social trillado hasta hastiar: quedar para tomar un café por las mañanas y con ese pretexto ponerse a cotorrear. Sus encuentros se producían siempre en el mismo lugar, un bar de dudosa reputación situado en las inmediaciones de la plaza mayor de su ciudad. Un bar de decoración austera y oferta gastronómica bastante pobre. Un bar con plantas de plástico y un pobre loro amargado preso en una jaula, que pasaba la vida dando voces con sorna y rencor. Un bar que siempre amenazaba con cerrar. Su dueño, un vividor sin escrúpulos, era presa de la indecisión. Ora colgaba el cartel de “Se traspasa”, ora el de “Nos trasladamos”. A veces, como aquel día, podía verse incluso ambos carteles a la vez. A tal grado llegaba el titubeo del patrón. Pero entre que el hacha iba y venía, allí seguía el antro, abriendo sus puertas de buena mañana para alivio de nuestras queridas señoras, hechas a la costumbre.
Así pues, un día tras otro, se repetía el mismo proceso de modo mecánico e infalible. Y aquel día había empezado como absolutamente todos los demás, con la salvedad de que las amigas de Hortensia, señoras de moral laxa y conducta distraída, se presentaron allí todavía de juerga, alargando la saturnal que había sido para ellas la noche anterior. Se apresuraron a pedir sus bebidas: chupitos y cubatas para ellas y un café con leche para Hortensia. El único café con leche que se pediría allí aquella mañana, por suerte.

Y es precisamente en este punto donde empezaron a confluir de un modo casi paranormal, atinando a la única probabilidad entre billones, unas desdichas que por sí mismas y de una en una ya suponían bastante desgracia, pero que al coincidir se convirtieron en una verdadera tragedia. 
Todas ellas giraron en torno al café de Hortensia. Y como no quiero dar a entender que alguna fuera mejor o peor que las demás, las narraré en estricto sentido cronológico, dejando a tu criterio ponderar qué nivel de importancia pudiera tener cada una de ellas per se.

En primer lugar, pocos días antes, a cientos de kilómetros de allí, un activista por los derechos de los animales, buscando estropear el producto de una central lechera y causar así estragos económicos a la macabra y tiránica empresa, había mezclado, con nocturnidad y alevosía, galones y galones de un poderoso laxante en la leche almacenada en gigantescas cisternas. El activista confiaba en que el control de calidad sentenciaría que la producción había sido arruinada y no podía ser vendida. Pero en su país las cosas solo funcionaban así en el terreno de la teoría, y al desvergonzado explotador de animales y a su afición por el golf en Miami no les venía nada bien perder todo aquel dinero blanco, así que se le dio salida de todos modos.
Un pequeño soborno a las autoridades sanitarias, suponiendo que estas se dignasen a aparecer, sería una pérdida nimia en comparación a malbaratar toda aquella leche.
Total, la seguridad social podía atribuir “al estrés” la previsible marea marrón que se avecinaba, como ya hacía a menudo ante cualquier escenario que le supusiese el más mínimo esfuerzo de índole laboral o económica.
Así pues, la leche fue distribuida sin recaudo alguno pero sí con ánimo de recaudar. Y fue a parar al bar de las inmediaciones de la plaza mayor.
Habían vertido un potente laxante en la leche del café de Hortensia.

En segundo lugar, el camarero, que llevaba once semanas sin cobrar y que en realidad no gozaba siquiera de contrato, que era sometido a constante escarnio y vejación por parte del fascista de su jefe, decidió acumular toda su frustración en la boca para luego expulsarla de su cuerpo escupiéndola en un plato o taza cualquiera, antes de dejarlos en la barra. Y le tocó al café con leche.
Habían vertido mucosidad, con gripe y rabia, en el café de Hortensia.

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⏰ Last updated: May 14, 2020 ⏰

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