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Dean Kremer estaba ahora entre los más buscados en el mundo.

Tras haber cometido los homicidios más macabros, desapareció de la faz de la Tierra y se dice que ningún ojo vivo lo ha visto jamás. Por ello no se especula nada de su rostro con exactitud ni de su edad, lo único que se habla de él es su idiosincrásica mente totalmente desproporcional y con ansias de cordura en vano; también se habla de sus manos de gran tamaño que, según se cuenta en las escuelas del sector adinerado de California, puede inspeccionar tu corazón con tan sólo un movimiento. Manos hábiles y blanquecinas, como las de un muerto astuto. Él no teme que alguien le reconozca por la siniestra silueta, porque orbes que enfocan, orbes que salen de sus orbitas y simplemente detonan.

Sin embargo, luego de haber perpetrado su mayor crimen —el cual, destaco, fue un espectáculo de plasma— contra el menor Luke Smith, el famoso productor de covers de la ampliamente variada plataforma de internet, su alma, mente y cuerpo se trasladaron lejos, muy lejos de aquel lugar temeroso de su persona.

(...)

Caminó con torpes señales mientras esbozaba una sonrisa apoteósica, desordenó un poco su cabello tras rascar su nuca con movimientos paulatinos y ásperos, quizá dejando alguna que otra marca insana en ella. Se topó con un muro con bastantes dibujos extraños, en él destacando precisamente uno de un alíen que se posaba sobre una enorme ciudad. Rió, expulsando un breve sonido evaporado entretanto se dejaba caer al suelo, a la par que miraba sus manos asombrado, éstas iniciaban un brote de un novelesco brillo rosa, que tras el movimiento se transformaba en verde. Tenía diseños de ADN, como también extrañas y peculiares figuras desalmadas.

—Supongo que es el fin —murmuró amargadamente y antes de poder terminar la frase, sus ojos se cerraron y su andanza hacia la nulidad automáticamente se proyectó en su cabeza, al fondo de aquellos impulsos bruscos.

(...)

Despertaste en una nueva ciudad. Lo que te hizo volver a la realidad probablemente fue la extravagante música a tope que se hacía presente en los bares de la aún desconocida zona.

Te levantaste e inconscientemente miraste la pared en busca de aquel dibujito sencillo e ingenuo que, según tú, habías visto hace unos instantes.

De imprevisto un gruñido surge del mismo callejón y se intensifica exactamente en tu oreja izquierda, en la que a continuación sientes ardor y un vehemente calvario. Gritas por ayuda, con la intención de que alguien aleje lo que tú haces llamar perro bravío.

Tan pronto como logras quitártelo de la oreja, te das cuenta de dos aspectos; primero, no es un perro; y segundo, había desgarrado totalmente el miembro por el que oías de tu cabeza, sin embargo, el dolor era nulo. Llegando nuevamente a aquel ser monstruoso, era una persona mal formada, con cabeza de cerdo y dientes de tigre, era feroz y veloz como tal, así que creías que podía ser en sí el animal pero genéticamente modificado, aun así, carecía de sentido que algo tan bravo como era esta criatura estuviera libre por las avenidas pobladas.

Con tus ágiles manos lo apartaste y te posicionaste sobre él a la par que leves pero ardientes rasguños habían aparecido en tus brazos. Al parecer sus uñas eran potentemente venenosas, pues al instante una alucinación se presentó y la cabeza de cerdo se convirtió a pasos etéreos en un rostro masculino desmesuradamente hermoso, de labios rosados y pómulos brillantes.

Cuando estabas cegado por su belleza, el ser se inmutó y te succionó el cuello. Podías sentir cómo te quitaba el alma en un sólo aliento. De imprevisto, tus uñas se convirtieron en hábiles y familiares navajas, con ellas lograste apuñalarle múltiples veces en el cuerpo, y sin aún agotarte le arañaste la cara con ira. Al desfallecer, los puercos y ahora grotescos labios mascullaron unas últimas palabras con padecimiento: «aftí». Y se volvió otro peso inservible.

One night in a strange cityWhere stories live. Discover now