Capítulo 1

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Una mujer rubia tendida en la cama abrió sus ojos azules con pereza hacia el nuevo día. Se dio la vuelta para mirar al hombre que dormía desnudo a su lado, el esposo de cabellos plateados que más que haberlo elegido, se había visto presionada a elegir. Pero por suerte para ella, se podría decir que, aunque su matrimonio estaba condenado al desamor, por lo menos se llevaban bien y conformaban un equipo más que estable. Al fin y al cabo, hacía mucho tiempo que Integra Hellsing había llegado a la conclusión de que el amor era una mentira, y ya no creía en ese sacudón astral que decían sentir los demás al ver a la persona amada y demás sandeces. Con vivir tranquila y sin peleas debería bastar. Pero en el fondo y al mismo tiempo, todo eso la inquietaba y frustraba.

La abogada Integra Fairbrook Wingates Hellsing era descendiente de una de las familias más ricas de Inglaterra, asentada en la campiña inglesa por motivo de los negocios vitivinícolas del marido y llevando adelante una exitosa firma en una pequeña ciudad en Kent. Esa pequeña ciudad en donde no sucedía absolutamente nada, o más bien, nadie quería ser la comidilla en ese gran infierno que era ese diminuto poblado, por lo que no se facilitaba el conocimiento de intrigas y hasta pasiones prohibidas a fin de no ser comida de buitres. La discreción, ante todo, lo cual incluía una vida monótona a primera vista.

Enrico Maxwell se removió entre las sábanas, despertando mientras su esposa se vestía después de haber tomado un baño. La miró ruborizado; pensar que al principio la chica era una joven bastante rebelde e impulsiva, y ahora hasta sentía cierta paz espiritual con ella, digna de lo que cualquier esposo creyente merecía sentir. Pocas eran las veces que intimaban, y lejos de despertar una pasión duradera, a la mañana siguiente se ignoraban y seguían con sus vidas como si nada. Él rezando para que de cada encuentro se concibiera un hijo de una vez por todas, y ella lamentándose por no poder sentir algo más que momentos de placer comedidos con el hombre, pues necesitaba algo más que llevar una vida matrimonial digna de la época medieval. Porque sí, para Enrico Maxwell el sexo era cosa de gente sucia y pecadora, y se consolaba pensando que lo hacía para que una vida quedara fecunda en el interior de su mujer. Cosa que hasta ahora no se lograba.

Mientras desayunaban, Enrico le comunicó. – Mi querida, hoy llega en la ciudad un nuevo y acaudalado vecino, de la nobleza extranjera según escuché. El alcalde me ha hecho llegar una invitación en la que dice que el sábado hará una fiesta para darle la bienvenida con lo mejor de nuestra pequeña sociedad, podrías aprovechar para ofrecerle tus servicios como abogada. Yo haré mi parte viendo qué negocios puedo hacer con él.

Integra levantó las cejas sin disimular su molestia.

— ¿Acaso se te olvidó que el viernes salimos de viaje? – inquirió.

— Ya sé, pero mejor lo posponemos para más adelante. No podemos dejar que otros se nos adelanten para tener tratos y contacto con ese hombre.

La rubia rodó los ojos. Lo que le faltaba, sus vacaciones (en las que quería aprovechar para ponerle más picante a su desabrido matrimonio) arruinadas por un sujeto que ni conocía. Qué pesar...

— Después no te quejes cuando el tipo no quiera nada contigo y yo ya no quiera hacer el dichoso viaje. – le espetó con frialdad antes de levantarse para terminar de prepararse e irse rumbo al trabajo, dejándolo con la palabra en la boca.

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Llegó con un humor de perros a la oficina, donde su eficiente secretaria y amiga Seras Victoria la esperaba con la agenda del día. Reuniones, papeles y todo tipo de trámites que tratar con la alcaldía y los empresarios de la región. Una repetición de lo sucedido ayer y que volvería a ser repetido al día siguiente. Algo que la aburría soberanamente, pero por lo menos agradecía que tuviera trabajo que la distrajera de carburar sobre su vida en general.

Salvaje es el vientoWhere stories live. Discover now