En Español

25 1 0
                                    

Estaba en una especie de... fluido. Oscuro y ligero, pero podía sentir su presión. Podía oír un pesado zumbido muy a lo lejos y veía una luz blanca en el horizonte. De a poco veía como la luz se hacía más grande y el sonido crecía exponencialmente en intensidad, además de volverse más agudo. El líquido se volvía más espeso de la misma manera y cada vez hacía más calor. Quería creer que yo y la luz nos estábamos acercando pero podía sentir que no había movimiento en aquel lugar. No había aceleración ni roce de ninguna manera. Simplemente estaba siendo absorbido por esta extraña singularidad, hasta que de un momento a otro sucedió. Tan rápido como un parpadeo.

–¿Dónde estoy?

No veía nada, o lo veía todo. La luz me rodeó por completo en una fracción de segundo. No oía nada, o lo oía todo. Era un silbato constante y estable, que contenía todas las frecuencias que alguna vez pude oír, graves y agudas. Y no paraba. No se callaba nunca. Sentí más calor del que jamás había sentido en mi vida, como si mi piel – o lo que creía que era mi piel – se estuviera quemando constantemente y no pudiese hacer nada al respecto. Sentía agujas clavadas en cada centímetro de lo que creí era mi cuerpo, y sentí cada uno de lo que creí que eran mis huesos, molidos y frágiles, abandonar su posición. El fluido que me rodeaba se sentía ahora sólido, no me permitía hacer ni un movimiento, y al intentar respirar, mi diafragma era incapaz de descender. Quería mirar mis manos pero la luz me cegaba y la incapacidad de moverme no me lo permitía. Sentí miedo, dolor, tristeza, impotencia, pero de alguna forma estaba en paz. Y entonces entendí.

–Estoy muerto –pensé.

– Sí. –Sentí una voz, respondiéndome–. Moriste. Bienvenido. –No era una voz que viniese de alguna parte, ni estaba por encima o por debajo del irritante silbido que no dejaba de oír, si no que lo modulaba de alguna forma, convirtiéndolo en palabras entendibles para mí. No era una voz ni femenina ni masculina, si no que más potente y más frágil al mismo tiempo. Se escuchaba como una sola, pero su densidad y potencia se me asimilaba a la voz de una multitud al unísono.

–¿Quién eres? –pregunté.

–Soy tú. Tu consciencia y la consciencia del universo. Tu memoria y la memoria colectiva de todo lo que estuvo vivo y muerto desde el inicio. La sabiduría y el conocimiento de todo lo que alguna vez existió.

–...y existirá?

–Nada más existirá. Este es el fin de la existencia.

Estaba terriblemente confundido. ¿Por qué mi muerte personal significaría el fin de todo? Sólo sabía que tenía muchas preguntas. ¿A qué se refería con que era yo mismo? Toda mi vida creí que la muerte era ausencia. Oscuridad absoluta, silencio absoluto, sin sueños, sin memorias, sin recuerdos de alguna vez haber estado vivo, sin emociones ni sensaciones, sin la oportunidad de volver a despertar, y ahora me encontraba en una situación paradójicamente opuesta.

–¿Qué es esto que siento? ¿Por qué hay tanta luz, y este ruido insoportable? ¿Por qué estoy sintiendo tanto dolor y tristeza y tortura? ¿Cómo puedo mantener la calma bajo este estrés? ¿Por qué siento placer si estoy tan, tan asustado? –pregunté.

–Esta es la culminación de todo lo sensible. –respondió la voz–. Aquí todo es eterno. Tú y yo estamos suspendidos en una fracción infinitesimal de tiempo sin poder avanzar ni retroceder. Ahora mismo estás sintiendo todo lo que potencialmente experimentaste durante tu vida. Todo el dolor y el sufrimiento, la tristeza y el odio. Pero también la felicidad y la paz, el placer y el amor. Estás infinitamente saturado.

–Esto es peor de lo que pensé. Es insoportable. ¡Hubiese preferido la muerte inconsciente!

–Las infinidades son difíciles de entender y paradójicas para tu entendimiento aún humano, pero ya estuviste muerto de esa manera. Tu actividad metabólica fue nula durante años y milenios, esperando este momento. Estuviste eones esperando encontrarte conmigo.

1Where stories live. Discover now