I. Culpa

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Peter amaba a su esposa. Ella era sumamente comprensiva, con un carácter fuerte como un roble, una estratega sin igual, tenía un cuerpo caliente como el infierno y una sonrisa tan dulce como la miel. Ella era la mujer perfecta, era afortunado al tenerla a su lado.

O al menos eso se repetía cada mañana al despertar sintiendo el cuerpo pegado a su espalda y cada noche antes de ir al lecho, donde ella lo esperaba sonriente. Trataba de convencerse a sí mismo que aquel matrimonio había sido la mejor decisión.

Sin embargo, al estar bajo el cuerpo musculoso que lo llenaba completamente, volviéndolo un manojo de moretones, suspiros y gemidos, lo olvidaba completamente.

Cuando sentía como su cuerpo se fundía con el soldado, era como si no existiese nada más. Solo ellos. El tiempo se detenía. Cada roce, beso y jadeo era el amor hecho acción. La dureza y la suavidad luchaban entre sí, batallaban por dominar cada caricia entre los sudorosos amantes que no podían emitir palabra razonable, demasiado abrumados por el placer que se provocan. Preocupados por amarse, por saciarse, aún sabiendo que jamás podrán tener suficiente de ese sentimiento abrasador que los consumía interiormente.

Su razonamiento desaparecía cada vez que sus ojos chocaban con la mirada grisácea, esa que era igual a la de su esposa, pero que le provocaba sentimientos y calores que ella nunca lograría por mucho por lo deseara.

Peter se sentía la peor mierda del mundo cada vez que el post clímax llegaba y ambos debían abandonar la habitación que ocultaba su prohibida pasión.

-No podemos continuar con esto.- clamaba en tono molesto, procurando ocultar el dolor que la idea le provocaba.- Ella no merece esto.

James asentía, le sonreía de lado y tomaba su cintura.

-Esto se acabará el día que me digas que ya no me amas.- sentenciaba el mayor, acariciando su oreja con sus labios, erizando los cabellos de su nuca con el cálido aliento.

Peter abría la boca y la volvía a cerrar. Deseaba poder decirlo, lo intentaba. Pero un gran nudo en su garganta le impedía decir algo semejante.

James al notar esa reacción lo besaba suave, lento, le daba la oportunidad de separarse. Peter genuinamente deseaba alejarse, terminar con todo aquel engaño que solo traería dolor tarde o temprano, su interior le gritaba que lo hiciese de inmediato, pero cuando estaba dispuesto a hacerlo sus brazos ya se encontraban acariciando el trabajado pecho, sus labios respondían al gesto y el calor subía por su estómago haciéndolo sonreír imperceptible.
Barnes le sonreía sin remordimiento alguno.

-Ella es tu hermana, James.- recriminó Peter en tono apagado.

El sargento, ya parado frente a la puerta y con la manija en la mano, paró en seco. Volteo su rostro y dijo: -Y tu esposa.

Peter no respondió nada.

-Nos vemos en la cena, Parker.- se despidió divertido, guiñándole un ojo antes de dejar solo al menor.

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