Capitulo único

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Odio que tu olor de mi almohada no puedo quitar
Odio la canción que pedíamos siempre en el bar
Odio tu lunar, tu forma de hablar
Pero no es lo que más odio

Si alguien le hubiese dicho a Draco que en un futuro iba a querer tanto a alguien nunca le hubiese creído.

Pero era cierto.

Draco vivía en un pequeño apartamento en el centro de Londres. En un pequeño pero acogedor pisito decorado con los sofás y muebles más estílosos, más bonitos y más caros de toda Inglaterra. En su pequeño piso todo combinaba a la perfección, desde los sofás color blanco mate, que hacía juego con la bonita alfombra que Draco había comprado meses atrás antes de mudarse al sitio, hasta las elegantes cortinas que hacían juego con los muebles de la cocina. Varios tipos de plantas decoraban el salón y algunas habitaciones.

Los cuadros. Miles de cuadros adornaban todas las paredes de la casa. Un pequeño Draco abrazado por una sonriente Narcissa y un serio Lucius, Draco de pequeño montado en su primera escoba, Draco riendo junto a sus amigos del colegio.
Pero también habían cuadros de él. Él cenando en un bar muggle junto a sus amigos, él con un horrible jersey amarillo marca Weasley, él montado en su escoba jugando al quidditch... pero también estaban los cuadros favoritos de Draco, los cuadros donde ambos salían juntos.

La primera vez que él había llevado al rubio  a patinar sobre hielo o el favorito de Draco; ellos completamente ajenos a la persona que les estaba fotografiando en aquel momento tirados en alguna parte del terreno de Hogwarts uno encima de otro riendo de cualquier tontería formulada por su novio.

Esa foto en concreto era pura esencia Potter.

Una esencia que impregnaba toda la casa.

Un claro ejemplo eran los cojines que día así y día también amanecían desperdigados por el suelo de la sala, o la infinidad de calzoncillos que el moreno dejaba tras la puerta del baño,  o las miguitas de pan que caían en la encimera cuando un hambriento Harry iba a la cocina a altas horas de la madrugada a saciar su hambre nocturna, o el caminito de huellas mojadas que dejaba el muy bastardo cuando salía de la ducha completamente empapado.

Todo eso y más era la esencia Potter, una esencia que Draco amaba demasiado y desde hacía un par de días había perdido.

Y había sido por una tontería, como la mayoría de sus peleas.

Como cuando discutieron porque Harry no utilizó los reposa vasos en la carísima mesa del salón que Draco había comprado.

Peleas estúpidas que siempre acababan con ardientes sesiones de sexo.

Aquella vez no fue distinta o eso pensó Draco hasta que vio al jodido Harry Potter salir de casa con una pequeña maleta bajo el brazo y la cara completamente roja debido al enfado.

Quizás si se había pasado esa vez, quizá le había gritado demasiado, quizá poner el pelo mojado en su valiosísimo sofá de cuero no era para tanto.

Pero lo que empezó siendo un día sin Harry se convirtieron en tres, en cuatro y después en una semana entera.

Una semana donde Draco tuvo que vivir completamente solo. Sin nadie con quien desayunar, ni conversar, sin el sonido de la voz de Harry de fondo, sin calcetines bajo la cama y caminitos de huellas mojadas por el pasillo.

Y lo extrañaba, joder si lo extrañaba.

Y no ayudaba que su jodida cama oliera a él. Desde su almohada hasta la puntita de las sábanas, su toalla, el armario, el sofá, TODO.

Odio que no te odio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora