Es el peor día de mi vida

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Era una bella tarde otoñal, las sombras de las nubes se movían por el suelo del campo, cubriendo momentáneamente las ventanas de una cabaña grande, donde se aglomeraban personas en trajes y vestidos. Sobre una mesa en el interior, un enorme pastel blanco con dos muñecos en la cima, vestidos con trajes negros.

Una pequeña niña curiosa observaba el pastel, con sus coletas perfectas y su piel morena impecable; la niña se sorprendió al ver a una pelirroja, apenas mayor que ella, trepar a la mesa y retirar el muñeco que tenía cabello rubio. La morena la persiguió, mientras la otra corría al jardín.

Un hombre rubio de rizos largos, salió de la casa con la furia en sus ojos, llevaba un pantalón negro, un camisa blanca fajada y tirantes negros. Empujó la puerta y se dirigió al convertible rojo que estaba en la entrada, arrancó de un tirón el cartel ilegible y se subió para encender el motor ruidosamente, mientras los presentes lo observan atónitos.

—¡Robert!— salió un castaño con bigote, vestido de la misma forma que el rubio, pero con un saco puesto.


El convertible se desplazó por el campo hasta llegar a la carretera, donde bajó la velocidad para no meterse en problemas. El rubio sujetaba el volante con fuerza, su expresión era ira contenida, pero al alcanzar la ciudad el llanto tomó el control; se leía el dolor en sus ojos devastados, pero no se detuvo hasta que el sol se había ocultado, se quedó en la calzada, antes del puente que dividía la ciudad.

La luna no brillaba esa noche, las nubes oscuras cubrían su paso y avecinaban lo que Robert no vio venir, una lluvia feroz que ocultó su llanto.

—Mierda— gritó. Bajó del convertible, azotando la puerta y tiró con dificultad de la capota, hasta que esta cedió, protegiendo el interior del vehículo de continuar mojándose.

El rubio estaba empapado, llorando con fuerza y maldiciendo su vida. Se dejó caer junto al automóvil, sentándose sobre el asfalto frío y mojado, sintiendo que su llanto podría fácilmente competir con esa lluvia torrencial.

Cubrió su rostro con sus manos delicadas y lloró con fuerza, agradecido de que nadie pudiera verlo u oírlo.

La lluvia cesó antes que él.


Cuando sus lágrimas se detuvieron su mirada parecía drenada, vacía, no había nada más dentro de esos bellos ojos azules. Se levantó lentamente, entró al vehículo y buscó una agenda vieja; tomó la pluma en el interior y una página en blanco, comenzando a escribir lo que su corazón herido dictaba; mojando la hoja con los puños de la camisa, la gotas de su cabello, barbilla y nariz.

Su mirada al frente, mientras cerraba la agenda y la arrojaba a los pies del asiento del copiloto. Volvió a encender el motor, conduciendo sobre el puente más cercano. Se estacionó en la soledad de la zona, dio un largo suspiro, sus ojos aún devastados.

Abrió la agenda despacio, tomándose su tiempo, sacó su texto recién escrito y de tinta corrida, dedicándole una última mirada, lo dobló a la mitad, lo acomodó en el marco del espejo retrovisor, mirando sus propios ojos, descubriendo que su rostro expresaba casi a la perfección su sufrimiento.

Salió del auto con sus rizos escurriendo gotas; caminó hasta la orilla del puente y se subió al otro lado, donde apenas habían veinte centímetros de suelo. Miró al rió a sus pies, sus aguas lejanas podrían calmar su dolor, tragar sus lágrimas para no derramar ni una más.

Volvió a llorar, sujetándose dubitativo del borde del puente; le costaba trabajo tomar el valor para dar el siguiente paso. Cerró sus ojos y dio un suspiro fuerte, consiguiendo relajarse.

Jimbert - An angel with a broken wing - Un ángel con un ala rota.Where stories live. Discover now