Dias de un Demonio con máscara de humano

I: Enciende el fuego de mi alma

Cuando abren los ojos para empezar un día igual a muchos otros ¿No se preguntan qué pasaría sí de hecho no los abrieran? ¿O sí los abren cuando el corazón ya no les late ni se encuentran en su cama? Sí cada minuto es tan precioso, ¿por qué nos cepillamos los diente con indiferencia a quien se refleja en el espejo? Sí de verdad cada día es un regalo... ¿Por qué yo no lo siento así?

Cuando miras la misma cara de la misma persona, de la cual te despides en las mismas mañanas, ¿te preguntas de verdad eres feliz con ella? Mientras cruzas las mismas calles de todos los días para ir al trabajo que sólo te proporciona comida, ¿piensas sí de verdad estás haciendo lo correcto?, ¿los mismos platos?, ¿las mismas monedas?, ¿la misma vida?

¿Te despiertas sin ganas de empezar el día y te acuestas arrepentido de todo lo que no hiciste?

Yo no tengo una solución mágica para que la vida se haga menos pesada, sí alguien la tiene sería lindo que la compartiera, porque en lo que a mí se refiere, últimamente he sentido que los días se me deslizan como páginas, como si yo fuera un retrato que se va decolorando con el tiempo, los días se vuelven años, y las figuras se pierden entre manchas borrosas. ¿En qué parte del dibujo me perdí?

No lo entiendo, saben, a pesar de tener un techo, ambos padres vivos, un trabajo que me gusta, y lo que asumo que es una buena salud, a pesar de todo eso, siento un vacío en mí, como si faltara algo en mis pasos, o como si estuviera hueca.

Creo que algo, tal vez una chispa, se apagó o por lo menos está a punto de hacerlo.

La verdad, me he sentido hueca desde hace mucho, pero no sabría precisar desde cuándo, lo que sí sé, es que el sentimiento me ha estado persiguiendo en toda mi adolescencia; lo tenía cuando ya era el momento de pensar en mi futuro, cuando me gradué del bachillerato sin saber qué venía después, me acompañó mientras buscaba trabajo, e incluso lo tengo ahora cuando escucho los regaños de mamá. No sé muy bien cómo lidiar con él, a veces desaparece por un tiempo pero siempre vuelve. Hay ocasiones en las que ni siquiera estoy triste o depresiva, sólo existe el sentimiento, ese vacío que no sé cómo llenar. ¿Qué es lo que me falta?

En estos días me he estado haciendo mucho esa pregunta. La sensación de vacío se hace cada vez más presente, y es frustrante, porque siento que me ahogo estando en mi propia casa. Por más que intente evitarlo, mi mente angustiosa no deja pensar en todo lo que me incomoda, como por ejemplo, la mirada penetrante de mamá; siempre hay algo que hacer en la casa y me siento culpable cuando me dedico a lo mío, siento que me juzga en un frío silencio, y aunque no fuera así, no falta la oportunidad donde me regaña por algo y la cosa se extiende a situaciones que salen de contexto, así que muchas veces, en esos silencios, me pregunto si está hilando cosas nuevas a su lista de quejas.

Sin contar todos los defectos del apartamento, que nos hastían a ambas por igual, hay tanto que arreglar que pienso que la única razón de que el techo no se nos haya caído encima es porque está pegado al piso del vecino. Lo más desalentador es que así como estamos nosotras está todo el mundo. No sé cómo el techo de nuestra economía no se nos ha despedazado en la cabeza.

Pero se supone que soy joven y que tengo la vida por delante, y aun así más de la mitad se ha ido en esto. Por lo menos tuve una buenos años, los niños de ahora me dan lastima. Pero como la adulta que entre comillas soy, los caminos van cerrándose más y más y cada vez que alguien de otros tiempos habla de cómo en su época todo era mejor me provoca decirle: "Te aplaudo o te escupo".

Así es muy fácil que los días se vayan impregnando de todas éstas molestias, y la pequeña rutina que al principio me parecía agradable ahora se ha hecho pesada. No tengo un momento para mí, son demasiado escasos. Siempre hay una aguja pinchado por alguna parte que no me deja actuar con libertad, pueden tener muchos nombres pero todas dejan la misma sensación.