Parte única

656 124 17
                                    

A Giyuu le apenaba el contacto físico, sobre todo cuando se trataba de Sabito. Le apenaba cuando acomodaba su cabello detrás de su oreja, o cuando le sorprendía abrazándole por detrás.

A Giyuu le apenaba, pero le encantaba.

Siempre inventaba una excusa para evitar que se acercaran a él, pero cuando se trataba de su amigo era aún peor.
Sus mejillas regordetas se encendían y sentía su cara arder. No lo comprendía del todo, aún era pequeño.

Pero todo cambiaba en cierta época del año, esa época donde capas blanquecinas cubrían todo el exterior.

El invierno era especial para Giyuu, porque encontraba la excusa perfecta, no para huir de Sabito, sino para acercarse a él.

—¿Giyuu? ¿Sucede algo?

—No, simplemente tengo frío —dijo, mientras se acurrucaba tímidamente a su lado.

—En ese caso, ven aquí.

Sabito pasó sus brazos alrededor del pelinegro, y éste último sonrió por el contacto y el cariño que le transmitía ese simple acto.

Ahí iba esa sensación, su estómago se revolvía, y sentía que sus mejillas se acaloraban. Intentó esconder su rostro entre la gran cantidad de ropa que tenía Sabito para abrigarse, no quería que le viera así. Escuchaba sus latidos, se sentía un poco más tranquilo.

—Giyuu... Makomo me mencionó en la mañana que se le antojó el ohagi que llevaste la otra vez a casa. ¡Deberíamos ir a traerle antes de que anochezca!

El de cabello damasco soltó a Tomioka y buscó verle a los ojos. Le gustaba como brillaban cuando lo veía.
Pero no lo lograba, Giyuu mantenía su mirada baja y trataba de no alejarse del pecho de Sabito.

—¿... Estás seguro de que no pasa nada? —tomó con cuidado su rostro y lo acunó tiernamente, notando que su amigo se encontraba rojo.

Tomioka asintió con la cabeza.

—Todo está bien, de verdad.

—Tus mejillas están demasiado rojas.

—Tal vez es porque hace frío —respondió divertido—. ¡M-mejor vayamos rápido por los ohagi!

El azabache se levantó del tronco que ambos utilizaron para sentarse. Jaló con brusquedad a Sabito para que se levantara también.

Fueron a casa del viejo Urokodaki y avisaron que irían a comprar algo para la menor, y se retiraron con una advertencia de que no tardaran en regresar.
Sabito tomó de la mano a Giyuu, quien seguía con las mejillas rojas.

—Sigues teniendo frío, ¿verdad?

Tomioka asintió de manera tímida y sorprendida por el repentino agarre.

—Entonces caminemos así.

Sabito notó la mentira del pelinegro, pero no se quejaría. Si esa era la única forma en la que dejaría que se acercara, lo aceptaba. Después de todo, a ambos les gustaba el invierno...







Copos de nieve ❝SabiGiyuu❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora