Ambos se necesitaban. Ambos volvían a caer en sus brazos de vuelta cada vez que se alejaban. La vida les dió una mala jugada y ahora debían cargar con la consecuencia de sus actos. Pero sin importar que sucediera siempre volvían de nueva cuenta. Por que ambos tenían un acuerdo silencioso. Un acuerdo que sellaban cada vez que sus labios se unían, cada vez que sus cuerpos cerraban el habitual acuerdo de medianoche.