La cabra pastaba lentamente subiendo y bajando la colina. De vez en cuando levantaba la vista desconfiada y nos miraba con ojos saltones y atravesados. El dueño del caserío nos explicaba, amablemente, cómo funcionaban las cosas en la casa, dónde podríamos entrar o no y qué podríamos ver por los alrededores. J miraba a la cabra intentando llamar su atención, pero ella, indiferente seguía comiendo o le lanzaba miradas asesinas. - No se acerque, es un animal muy arisco, no sea que le moche -dijo el aldeano Nos miramos unos a otros y nos reímos con ganas. - Jajaja Vd. no conoce a J, para esta noche se habrán hecho íntimos amigos - No creo -dijo reticente Nos acomodamos en la casa, las habitaciones eran enormes, de esas que se pueden compartir cuando se va en grupo, si se desea. La cocina también era grande y el salón comedor estaba preparado para bastantes comensales. Para el primer día habíamos dispuesto una comida de picoteo; algunos habían traído postres caseros y pan, mucho pan. - Mira en el coche A, falta una barra, se habrá quedado allí. - No, no está en el coche -dijo A y se reía como una loca - Venid y mirad esto Sentado en el suelo, J acariciaba a la cabra mientras ella movía el bigote comiendo trozos de pan. ¡Lo sabíamos! Qué pena que el casero se había ido ya.