Ya no era el Buford que había sido feliz en el pasado dejando salir su lado más poético para escribirle cartas a su adorado Baljeet, que se pasaba horas viéndolo escribir y que se dejaba llevar a la mitad de la noche a un observatorio para mirar estrellas parecía imposible, ahora no quedaba nada de eso dentro de él, no había poesía, ni estrellas ni Baljeet, y en momentos cómo ese en que la soledad lo embriagaba llegaba a preguntarse si alguna vez los hubo porque en cierto modo era más fácil pensar que nunca estuvo con él que aceptar que se había ido.
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