Bailar era lo único que me hacía sentir viva. Lo hacía en cada momento que podía, pero mi momento favorito era cuando la profesora Martí me dejaba usar el estudio luego de horas de clase para seguir practicando. Una vez, mi mejor amiga, con quien compartía el piso, apareció allí buscándome. Eran las dos de la mañana y yo seguía enfrascada entre piruetas y saltos, mientras me dejaba llevar por la música. Bailar era lo único que me hacía sentir viva. Hasta que apareció él, con aire misterioso y mirada oscura. Con sus tatuajes siniestros, que llenaban su cuerpo contando historias increíbles para mí. Siendo un Dios en todo su esplendor, lleno de violencia y sangre en sus manos. Y aquello, no era lo que quería para mí, era lo que necesitaba. Bailar no era lo único que me hacía sentir viva. Ares también tenía el poder de hacerme sentir así, aunque mi vida estuviese corriendo peligro.