Miré hacia atrás deseando bailar con el pasado, pero me di cuenta que ya era demasiado tarde. Que el tiempo es un chiste y nosotros somos la carcajada. Volteé la mirada y recordé que, por fortuna, el cambio hace parte de todo y de todos. Que los caminos de la vida son tan cortos, pero tan bellos como el canto de un pájaro. Seguí mi camino. Orgulloso de mis cicatrices y victorias. De mis derrotas y debilidades. Escribiendo, siempre escribiendo. Tomé mi bastón y le pregunté al viento a donde me llevaría. Este, al que le llaman vida, me condujo por lagunas donde me ahogué, pero salí victorioso. A valles torrenciales donde me fundí con el agua aprendiendo a fluir. A volcanes donde mi furia se derritió y mis lágrimas cayeron. Toqué, sentí, viví, mientras cargaba mi mochila. Escribiendo, siempre escribiendo. Toqué mi barba acostumbrada al olvido y me sentí más vivo que nunca. Tiré mi bastón y mi mochila, y mientras los truenos caían, me di cuenta que siempre había sido un errante. Un nómada de los sentimientos y vibraciones que no puede ser comprendido, pero si entendido. ¡Grité como un león! ¡Ya no era un sobreviviente! Era algo más. Y eso, había que escribirlo, como siempre lo había hecho. Escribiendo siempre escribiendo.