El niño no creía en la magia, de hecho, difícilmente podía decir que se alegraba de vivir, después de todo, cargaba con el peso de dos padres incinerados por el fuego, pero, cuando abrió las duras tapas de la novela y leyó primoroso, descubrió que la magia existía en aquellas letras grabadas en papel. El ignorante niño discutía con su abuelo y decía un libro no podía hacer nada por el mundo, espetaba violentamente que los libros eran un desperdicio de papel, pero cuando su alma quedó a la merced del escritor de la novela, se alegraba por seguir con vida. Y descubrió que un libro no podía detener el hambre, y las guerras que había en el mundo tampoco, pero supo que un libro podría alimentar su cerebro, nutrir a la persona y la persona que leía, podía cambiar al mundo. Era un simple mortal, pero cuando abrió las tapas del libro, se convirtió en un lector.