Los expertos aseguran que cuando muere uno de nuestros progenitores, se suceden una serie de cambios químicos en el cerebro que pueden derivar en transformaciones psíquicas y variaciones físicas. Y estos cambios pueden perdurar por largos años, en la vida adulta, y volverse patológicos. Por ejemplo, una persona que no logra salir de alguna de esas etapas puede ser diagnosticada con depresión o diversos trastornos emocionales y mentales. Además, varios estudios han ratificado los cambios que se producen en el cerebro en las zonas del procesamiento del dolor, evidenciando el impacto real.