Mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, coloreadas con todos los matices posibles que había visto, deslizándose hacia abajo junto con ese centelleo claro y cristalino. Quería que se detuviera, no quería llorar más, pero quería que continuara, no podía odiar por completo las lágrimas que caían por sus ojos, tan brillantes y coloridos, que le recordaban a las estrellas. Porque, incluso si lo hubieran dejado ciego, le recordaría a él, y esa fue la maldición de la enfermedad de Star Tear.