Una historia de música, de frío, de sur y de latidos fuertes del corazón, y de un Ombú, que creció ignorando qué albergaría bajo su copa los secretos de varias generaciones de adolescentes solo por haber nacido en el cantero de la plaza principal de Bariloche. Esas historias permanecerán guardadas en la corteza espesa y añosa de su tronco, en sus ramas y hasta en su flor blanquecina de finales de primavera. A veces pienso que si ese ombú funcionara como un aparato tecnológico de los actuales, esos que reproducen todo lo dicho, sería sin duda un fenómeno complejo de experimentar. Los sí, seguidos al instante de un no rotundo, como si fuera una regla que hay que cumplir, típico de la conducta y el pensamiento adolescente, las incomprensiones de una edad que trae consigo experiencias inolvidables, los amigos inseparables que terminan por separarse por el mínimo desacuerdo y cuando pasa el tiempo no recuerdan qué terminó una relación tan entrañable. Los para siempre, los nunca jamás. Los primeros amores, junto a los peores dolores del alma porque se sienten así de implacables.