Tic, Toc. Su convenientemente pequeño reloj negro desplegaba la hora con geométricos números romanos sobre un fondo blanco, color perla, como la arena bajo sus botas en aquel día gélido. 2:17pm. A veces se preguntaba para qué lo veía, ni siquiera lo miraba con atención; sus ojos grises lo fijaban ínfimamente para que luego se le olvidaba al instante. Los días, semanas y meses revoloteaban en lo que simulaba un agujero negro en el olvido del tiempo. Ya hacía un largo tiempo desde que había abandonado su hogar en búsqueda de algo que sacudiese su alma, y que la transfigurara en algo vívido. Pero todo hasta ese entonces había sido motel tras motel, y de un trabajo decrépito hacia el otro. Aunque todo ello estaría a punto de cambiar generosamente.