La historia de los habitantes siempre inició igual. Encerrados en una caja acendente, sin el más mínimo recuerdo de su vida. Es algo que, a pesar de su origen lugubre, los hacia iguales. Les daba una identidad. Con Diana no fue así. Kafka no tiene nada contra ella (en realidad, le cae bastante bien cuando no está en su papel de "¡Encontremos una salida!"), pero no va a dejar que por un par de sueños locos y premoniciones fantasmas la chica los condene a todos. Diana y Kafka son dos personas muy diferentes (figurativamente, porque hablando de físico, son literalmente identicos), pero si hay algo que tienen en común, es su deseo de mantener a salvo a sus amigos. Y harán hasta lo imposible por conseguir su cometido, aunque eso signifique perderse a si mismos en el camino.