Adelín Adams es una estudiante de último año en su instituto. Con su mala reputación, cabello desorganizado y su libreta favorita empleará su nueva lista de deseos para cumplir lo que llamaremos crecimiento personal. Pero, de hecho, no lo es, no cuando escribió ese octavo deseo con ganas de arrancarle la cabeza a su arrogante amigo de la infancia, que ahora no es tan amigo, Miles. Miles, Miles. Ese nombre es como veneno para su sistema. No es que lo odie, es solo que, desde su percepción bastante crítica, que muchas veces no emplea, prefiere maldecirlo escribiéndolo en su diario secreto. Miles Wallace es un pésimo estudiante, creído y sarcástico. Detesta el drama, las charlas largas, y a su ex amiga de la infancia, si se le puede llamar así. Adelin, Adelin. Él sabe que clasifica para hacerse todo un personaje de chico malo para una historia perversa y lo aprovecha. Pero no significa que lo sea. Porque hay algo que tienen en común tanto Miles como Adelin, un torbellino magnético que arrasa con cualquier regla de quedarse lejos del otro. Y, desconocen que ambos comparten un deseo, ese que jamás saldrá a la luz de ningún modo. ¿O sí?