Dios, odiaba a ese tipo. Odiaba cómo sus estúpidos ojos azules lo miraban fijamente en ese momento, la forma en que sonaban todo su ser, enviando escalofríos a lo largo de su columna. Odiaba estar tan cerca de él como si no tuviera noción del espacio personal. Odiaba el leve olor a ropa limpia que emanaba de su ropa ridículamente lujosa. Odiaba la dulzura de los caramelos en su aliento. Sí, odiaba todo sobre él.