Había algo en Lizzy que hacía que el corazón de Franco latiera con una furia incontrolable, como si el mundo entero estuviera destinado a arder solo para que pudieran estar juntos. Su amor por ella no conocía límites; desde la primera vez que la vio, supo que estaba perdido. Lizzy, la princesa de Italia, no era solo una figura real que cautivaba a todos con su presencia. Para Franco, era mucho más: era su luz, su musa, la única persona que podría hacer que renunciara a todo. Incluso a sus sueños de gloria en la Fórmula 1. Ella iluminaba cualquier lugar con solo una sonrisa, y él estaba decidido a mantener esa luz brillando a su lado, aunque eso significara sacrificar cualquier cosa en su camino. Pero el mundo no era tan simple. Franco sabía que la seguridad de Lizzy y su papel como princesa estaban por encima de todo, lo que los obligaba a mantener su relación en secreto. El dolor de no poder gritar su amor a los cuatro vientos era profundo, pero eso no le impedía expresarlo de otras formas, más discretas, pero igual de poderosas. Fue entonces cuando las cartas se convirtieron en su refugio. Escribirle se sentía como un escape, una manera de vaciar su alma en el papel y decirle todo lo que no podía decir en público. Con la ayuda de Luna, Theo y las amigas de Lizzy, Franco lograba hacerle llegar estas misivas cargadas de emociones, sueños y promesas. En cada palabra, en cada letra, quedaba plasmado el fuego de un amor que haría arder el mundo si fuera necesario. Y en lo más profundo de sus cartas, entre las líneas que destilaban pasión, había una verdad incuestionable: Franco estaría dispuesto a todo por Lizzy. Dejaría que el mundo ardiera, si eso significaba tenerla a su lado.