-Sleeplessness

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La pálida luz de la luna bastaba para iluminar la habitación común, haciendo que el verde esmeralda que decoraba las camas en cortinas corridas brillara en medio de la noche. El frío que se colaba por la ventana no era desagradable y los sonidos provenientes del lago hacían del lugar algo sumamente relajante para sumirse en un mundo de maravillas.

Con ronquidos y quejidos que demarcaban a sus compañeros en una travesía más allá de su entendimiento, Draco sabía en su interior que, esa noche, él no se les uniría. No le era posible conciliar el sueño, no a él, y, a su parecer, el cielo estrellado estaba más que precioso como para desperdiciarlo al cerrar los ojos en una misión perdida. Poco podía apreciar desde su cama, envuelto entre sus tibias cobijas, pero estaba más que seguro que, entre el colchón y la almohada, no iba a conseguir demasiado.

Sus pies pronto encontraron sus sandalias y sus manos anudaron la cinta alrededor de su cintura para cubrir su pijama con una bata de seda. Hizo el menor ruido al ponerse de pie y, haciendo un completo honor a la serpiente que representaba su casa, se deslizó con tal sigilo rumbo a la sala común que ni un alma —literalmente— pudo notar que, en vez de quedarse en los soberbios sillones de colores plata y escarlata, había salido de allí con paso suave, pero decidido a un destino sin conocer.

Los pasillos se agrandaban en la penumbra del castillo y sonidos provenían de donde no había ni un soplido. Definitivamente Hogwarts no era el mismo lugar lleno de risas y magia en medio de la madrugada, en donde las coloridas personas que pintaban con emociones las paredes de la antigua arquitectura rebosaban en las más altas nubes o nadaban en el más profundo mar. A Draco le costaba admitirlo, pero su soledad era mayor ahora que, en su grandioso lugar de estudio, se veía reflejado en cada rincón y pasillo desierto, oscuro y sin vida. Era casi agorafóbico todo esto.

En medio de un carraspeo de inseguridad y una mirada rápida a los lados de total remordimiento, da media vuelta para volver sobre sus pasos, sintiéndose intimidado por la inmensidad del sitio, siendo los pisos, por los que iba de aquí a allá en la seguridad del Sol, casi desconocidos e irreconocibles para él a la luz plateada de la Luna.

Había dado por perdida su misión de admirar el hermoso cielo estrellado, ya lo podría hacer otro día. Sí... —pensó— otro día sonaba fabuloso. Seguro iba a volver a su sala común... ¿pero cuál era el camino? Derecha, derecho, izquierda... No, al revés. Era izquierda, derecho... y luego derecha... ¡No! Eso era una escalera y él estaba seguro que no había subido o bajado ninguna aún. No, no. No se había perdido, no en Hogwarts.

Iba a volver sobre sus pies ya por tercera vez cuando una luz y un maullido lo hizo saltar en su lugar. Filch y su maldita gata venían a unirse a su fiesta privada de confusión, perfecto. No era que estuviese intimidado o algo por el asqueroso hombre, pero prefería ahorrarse el posible sermón que Snape y sus dientes amarillos iban a darle. En medio de su indecisión de caminos, optó por seguir adelante, siendo un misterio qué podría encontrar, pero negándose a darle el gusto a esos dos de intimidar y regañar a un Malfoy.

La luz cada vez se veía más cercana cada que volteaba y sus pies, al ver que la velocidad actual no funcionaba para su escape, comenzaron a adoptar un ritmo más rápido y constante. Debía huir sin importar en dónde terminara, con tal que no fuese en manos del horrible conserje squib. Un cruce. Dos cruces... ¿derecha o izquierda? No, no importaba, sólo se alejaba. Antes de darse cuenta para su propio bien, un escalón que separaba el pasillo donde estaba del otro había hecho acto de presencia, causando que, inevitablemente, sus rodillas conocieran el piso. El ruido fue a dar a los oídos del hombre. —¡Ya sé que andas por ahí! ¡No puedes huír, sabandija!

Se puso de pie antes de otra cosa, haciendo que los pasillos comenzaran a ser borrosos y su bata se elevara por la rapidez que había retomado. Sonrió sin poder evitarlo. La adrenalina llenaba sus raciocinio por esta huida y su cuerpo respondió a eso tomando una velocidad irreconocible. Parecía una gacela al correr, su gracia y alcance por sus largas piernas le daban un toque majestuoso a toda la escena. Su carrera no iba a detenerse pronto, eso seguro, pero las malditas sandalias de una suave tela no se lo permitían, le hacían resbalarse. En un momento peliagudo en la situación, se detuvo y se deshizo de lo que cubría sus pies al tomarlo en sus manos para seguir.

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⏰ Última actualización: Dec 25, 2020 ⏰

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