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Emprenden el viaje tres días antes de noche buena, Harry insiste en alquilar un auto espacioso y cómodo como acostumbra, está dispuesto incluso a rentar una camioneta para hacer el recorrido más llevadero, pero una vez que Louis le ofrece ir en su...

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Emprenden el viaje tres días antes de noche buena, Harry insiste en alquilar un auto espacioso y cómodo como acostumbra, está dispuesto incluso a rentar una camioneta para hacer el recorrido más llevadero, pero una vez que Louis le ofrece ir en su pontiac tempest tan entusiasmado, no le puede negar nada, incluso cuando comienza a tener reservas de que todo vaya a caber o de que el auto dé de sí a medio camino por lo viejo que es.

—No es viejo, es un clásico. —Lo educa Louis, mitad a la defensiva, mitad con el ego magullado, pero no realmente enojado.

Y Harry no tiene ganas de crear ningún conflicto, así que solo continúa cargando el auto con regalos, aunque su temple es puesto a prueba con Louis aconsejando que se ponga más capas de ropa porque la calefacción está dañada.

Está especialmente al borde del abismo mientras ignora a propósito los largos minutos que le toma a Louis arrancar el auto, la expresión de su novio angustiada en todo su esplendor, con su lengua ligeramente afuera y sus cejas fruncidas, un pequeño mechón atravesado en su vista que Harry siente que es su responsabilidad moral apartar, así que eso hace. Obtiene como recompensa una enorme sonrisa una vez que el motor deja de pelear y un beso que sabe a éxito, así que acaba valiendo la pena.

Dejan a la ciudad y su tráfico infernal detrás en dos horas, ambos soltando suspiros aliviados cuando entran a la carretera y las maldiciones acompañadas de incesantes pitidos de claxon se evaporan. Los primeros kilómetros los hablan, yendo entre conversaciones de literatura de ciencia ficción y la posibilidad de viajar en el tiempo.

Luego se entretienen con un extraño juego de recitar el primer poema que les venga a la mente dependiendo de lo que señale el otro que inventa Louis, cuya mano terca no abandona ni por un segundo la pierna del rizado, ni siquiera porque sus mejillas están rojas de tanto reír por la oda a la cerveza que Harry le declama entre tragos a la lata que sostiene.

Para cuando se detienen en una gasolinera para estirar las piernas el sol ya está comenzando a caer en el horizonte, por lo que su visión se tiñe por un instante de un dorado que traspasa hasta las nubes más espesas que es tan encantador que Louis extiende sus brazos hacia el cielo, sin ninguna reacción por la nieve que ha comenzado a caer a su alrededor.

—Va a darte neumonía —Lo reprende Harry, está más preocupado consiguiendo calor frotándose las manos—¿Qué se supone que estás haciendo, de todas formas?

—Estoy tratando de alcanzar la luz —dice Louis, ahora extendiéndose hacia el atardecer, las puntas de su cabello resplandecen —Quiero tocar el sol. —Determina con seguridad.

—¿Por qué?

—Porque es dorado, y cálido —Le explica con paciencia —Es la estrella más grande, ¿Puedes imaginar toda la poesía que le han escrito, todas las fantasías de las que es el centro?, si lo alcanzo... quizá pueda darme un poco de su sabiduría.

Let Your Heart Be Light (OS) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora