Capítulo 8.

1.4K 166 29
                                    

La ronda esta mañana, resulta algo diferente. Mi mente está más distraída de lo normal. Seguramente sea debido a todo lo sucedido estos días y en concreto, ayer. O quizás estoy preocupada.

Hoy, a pesar de hacer el mismo recorrido que todas las mañanas, no encontré a Amelia en el pasillo del primer piso. Sé perfectamente que no le ha ocurrido nada, pero aún así, es la primera vez que falta a nuestra "cita". Bueno, aunque seguramente, sólo yo veo ese casual encuentro como "cita".

No sé de qué manera vaya a afectar todo esto en su estado de ánimo. Jamás la había visto con tanta tristeza, como cuando lloraba mientras la abrazaba. Lo cierto, es que jamás había visto ni una sola emoción en ella. Y que esa haya sido precisamente, la tristeza, me preocupa.

No es fácil escuchar a tu propio padre tratándote como si fueras una vergüenza. Sin duda, no debe ser nada fácil, por mucho que quiera aparentar fría y sin emociones. Su corazón ayer se rompió, y aunque era necesario que ella tuviera contacto con algún sentimiento lo más pronto posible, no estoy segura de hasta qué punto, eso es bueno. No tengo ni la más mínima idea de cómo ayudarla y la impotencia me consume cada día más.

-Luisita bonita -Escuché la voz de Doña Benigna, sacarme de mis pensamientos. -¿Qué te preocupa?

Observé la mirada comprensiva de aquella mujer que permanecía en su incómoda silla, como cada día, acompañando eternamente al amor de su vida.

-Nada... -Sonreí. -Simplemente estoy distraída.

-Te quedaste ausente durante minutos mientras hablábamos. Puede que sea vieja, pero no soy tonta.

-Usted no es vieja. Solo... Tiene más experiencia -Volví a sonreír. -Estoy algo preocupada por todo esto, creo que en ocasiones no sé dondé está la línea que separa el trabajo, de mi vida. Y temo que pueda llegar a afectarme más de lo debido.

Ella, por un momento, observó a su marido que estaba siendo revisado por Natalia y una enfermera. Permaneció en silencio unos segundos, y volvió su vista hacia mí.

-¿Puedes acompañarme hasta el jardín? -Preguntó sorprendiéndome. -Necesito tomar un poco de aire. Y así te contaré unas cuantas cosas que creo debes saber.

-Claro. Vamos.

Observé un momento a mi amiga y con un gesto le hice saber, que íbamos a ausentarnos unos minutos. Seguidamente, ayudé a Dona Benigna para que se levantara y agarrada de mi brazo, nos encaminamos hacia la salida.

Llegamos al jardín después de unos largos minutos, pues su paso era lento y me aseguré de que fuéramos con mucho cuidado.

-Hace un día espléndido -Comentó mirando hacia el cielo soleado.

-Así es. Debería salir más a menido al jardín. Se está muy a gusto.

-¿Por eso almuerzas aquí cada día, con esa chica? -Preguntó al tiempo que señalaba hacia un lugar.

La pregunta de esta señora me sorprendió, sí. Me dejó bastante descolocada, pero el hecho de ver a Amelia sentada sobre aquel banco, como siempre, me hizo olvidar cualquier cosa que estuviera ocurriendo a mí alrededor. Pero en cuanto mi cerebro hubo reaccionado, volví a mirar a Doña Benigna, con confusión.

-Te veo todos los días desde la ventana -Explicó al ver mi expresión. -¿Me la presentas?

-Claro.

Procurando que nuestros pasos sean firmes y seguros, mientras se agarraba de mi brazo caminábamos hacia ella, que en algún momento del trayecto debió sentir nuestra presencia, pues una vez llegamos a su lado y alcé la vista, la encontré observándonos.

La luz de tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora