𝗞𝘂𝗻𝗶𝗺𝗶 𝗔𝗸𝗶𝗿𝗮

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𝐊𝐮𝐧𝐢𝐦𝐢 𝐀𝐤𝐢𝐫𝐚 ϟ 𝐀𝐨𝐛𝐚 𝐉𝐨𝐬𝐚𝐢

Honestamente, a Kunimi le importaban muy pocas cosas en la vida

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Honestamente, a Kunimi le importaban muy pocas cosas en la vida. La gente creía que era un perezoso de primera, era el hecho de no querer gastar toda su energía hasta el momento crítico en el que fuera necesario. Nunca nada era de su especial interés, y no se complicaba la vida.

Pero hay algo que siempre te jode aunque no lo quieras. El amor.

Kunimi había tenido una relación en la que, indudablemente, le rompieron el corazón y jodidamente no le quedaron ganas de que se lo rompieran de nuevo. Se concentró en otras cosas, evitó cualquier posible señal de que se estuviera fijando en una muchacha. Pero Saki estaba allí todos los días, con sus brincos y sonrisas, siempre tratando de ser entusiasta con ellos, pasándoles las botellas con agua, llevándoles dulces.

Él sabía lo que le sucedía y eso sólo le hacía sentir sediento, quería estar junto a ella en cualquier rato libre de forma discreta, estaba tan hambriento de contacto físico por parte de Saki que le daba vergüenza sentirse así. Eso es lo que pasa cuando tu corazón tiene al objetivo cerca.

Cuando notó su atracción creciente hacia Saki, sin duda le pidió a los dioses que ella renunciara de imprevisto al puesto de mánager. Pero a la tarde siguiente, Saki apareció poniendo en su mano un par de gomitas azucaradas con sabor a banana y supo así, que los dioses hicieron oídos sordos a su petición.

—Buenas tardes, Kunimi. ¿Las clases fueron bien hoy?

Era tan amable y a Kunimi le daba igual si la gente a su alrededor se comportaba linda y amable, pero ella... no podía ignorarla, su corazón se arrugaría como una pasa si él se atreviera a ignorar a Saki.

—Las clases estuvieron bien —murmuró, ella sonrió en respuesta—. ¿Y las tuyas?

—Estuvieron bien, gracias por preguntar y... ¡oh, Oikawa!

Oikawa era lo que se consideraba el enemigo en cuestión. Kunimi lo respetaba bastante pero lo veía como un pequeño monstruo con voz aguda que va por el mundo gritando: ¡qué malo eres conmigo, Iwa-chan~!

Era el más cercano a Saki. Siempre haciéndole reír y enseñándole algunas cosas acerca del volleyball.

Kunimi estaba en el punto de quiebre, en el que tus sentimientos son tan pesados que no sabes si vas a resistir más guardándolos.

—Si te gusta tanto, sólo díselo —Iwaizumi le miraba, sentado en la banca.

Casi todo el mundo ignoraba lo que sucedía con Kunimi a excepción del as de su equipo.

—No, las relaciones son un fastidio.

Iwa se echó a reír.

—Que una te haya hecho sufrir, no significa que todas serán así.

—No, no estoy tan interesado —era un jodido mentiroso. Lo sabía. Pero admitirlo abiertamente sólo hace que se sienta real.

—Eres malo mintiendo, deberías invitarla a una cita.

La práctica de ese día no fue diferente a las otras. Nada sucedió esa tarde, Kunimi no hizo ningún movimiento.

Pero una mañana, el equipo tenía que correr por los alrededores del instituto. Era una mañana fría, Saki no estaba en la obligación de estar allí pero aún así, estaba a un lado de su camino para animarlos. Se veía como un bollo, bien abrigada y con la nieve cayendo a su alrededor.

Casi siempre estaba sola. No habían muchas chicas que considerara sus amigas y los chicos casi nunca se le acercan porque Iwaizumi siempre va con Oikawa a recogerla para ir a las prácticas de la tarde. Iwaizumi era intimidante para los demás, pero Saki sabía que al as le gustaban las gomitas con sabor a cereza y las pastillas de Vitamina C con sabor a chicle.

—¡Corran como los dinosaurios!

Ellos la querían, tanto que toda la manada de chicos pasaron frente a ella trotando con los brazos encogidos hacia al frente como los dinosaurios. Las risas explotaron.

Kunimi iba al último, mirándole con la poca discreción que le quedaba.

—¡Debes trotar con los demás, Kunimi, vamos!

Saki rió cuando puso sus manos en la espalda del muchacho de cabellos marrones y le empujó sutilmente para que siga trotando. Eran manos pequeñas pero cálidas.

—¡Vamos, Kunimi!

Su voz le hizo reír mientras trotaba con un poco más de ganas. Ella le aplaudía pero el sonido de sus palmas se vio apagado por los guantes de algodón.

—Saki, ¡ven aquí a hacernos barra también!

La voz de Mattsun le hizo brincar.

—De repente me siento más lento —la voz de Kindaichi estaba cargada de burla.

—Entre los de tercer año, ¡el que llega último paga el desayuno!

Eran un montón de locos corriendo con los pulmones ardiendo por el clima frío. Los gritos, las risas, eran simples muchachos compitiendo con todo para no pagar el desayuno de sus compañeros.

Kunimi se recostó en el frío piso de cemento después de agotar toda su energía, Saki se acercó a él y tomó sus manos para tratar de levantarlo pero la risa de Kunimi inundó sus oídos.

—Debes levantarte o te vas a congelar.

Kunimi le miró fijamente y en su mente sólo podía decir una cosa: sí, quizás me deje romper el corazón por esta chica.

—¿Quieres tener una cita conmigo?

La pregunta salió de repente. Saki le miró fijamente, pasaron unos segundos –los segundos más largos de la vida de Kunimi– hasta que esbozó una sonrisa.

—Vamos a tener una cita si me atrapas.

Kunimi sólo se levantó para seguirle el juego pero lo cierto es, que Saki no podía ir muy lejos, era malísima en los deportes y eso incluía el correr. Cuando el muchacho de cabellos castaños le atrapó, la risa fue tanta y tan bonita, que Oikawa estaba a punto de gritar pero Iwa le tapó la boca con su mano.

—Entonces, ¿el sábado estaría bien?

—El sábado es un buen día para nuestra primera cita.

Y pocas veces se vio a Kunimi así, sonrojado y con los ojos abiertos como un búho. Todo por un beso en su mejilla.

Sí, se dejaría romper el corazón a manos de Saki.

𝗛𝗔𝗜𝗞𝗬𝗨𝗨 ϟ Oɴᴇ SʜᴏᴛsWhere stories live. Discover now